jueves, 4 de enero de 2018

Letras argentinas: Elsa Bornemann

Mi primer libro de cuentos "¡Socorro!" de Elsa Bornemann, Editorial Rei Argetina, 1993.




Escrito, con hojas sueltas, amarillas por el tiempo y la humedad de las distintas casas que habité.  Recuerdo todavía la sensación que me generó la mirada de Frankestein cuando lo vi en los estantes de la librería, me sigue pasando.  Me parece una mirada tierna, paciente, con una delgadez lastimosa.  No me dio miedo, más bien diría admiración.  Admiré ese Frankenstein.  Lo hablaré con mi psicóloga, tal vez se haga una panzada si lo vincula con los hombres con los que mantuve relación.  No estoy diciendo que sean monstruosos, pero eso lo desarrollaremos en la próxima sesión.  Ahora les presento este libro de terror con 12 cuentos que, como dice la portada, son "para caerse de miedo".  

Uno de los cuentos que más recuerdo es "La casa viva", aquí un fragmento, página 57:


   (...) En los peldaños de la escalera, huellas de arena que iban hacia la planta alta.  Para los tres hechos, los hermanos hallaron explicaciones más o menos lógicas.  Ninguno de los dos quería confesar que empezaba a sentir verdadero miedo, mucho miedo.
   Aquella fue una noche de luna llena.  Todo el paisaje marino parecía detenido en la inmovilidad de una tarjeta postal.
   Después de hablar por teléfono con sus padres, Greta y Marvin salieron a caminar un poco por su playita "particular"... estaban alegres tras la conversación.  ¿Un "poco" caminaron? ¡Poquísimo! Porque -ahora- ambos iban juntos y ambos pudieron oir cómo eran seguidos por unas pisadas, dos o tres metros a sus espaldas.  Sin embargo, por allí no caminaba otra persona que los hermanos.
   Las pisadas habían partido cerca de la casa y llegaban hasta casi las orillas, hasta el mismo lugar donde Greta y Marvin sintieron pavor y regresaron -a la carrera- de vuelta adentro.

   Como la noche había sido tan serena, pudieron observar -a la mañana siguiente- las marcas en la arena de sus propias huellas más otras, ésas que los habían seguido y que -ahora, a la luz del sol- miraban cómo se perdían en el mar.
   -Llamemos a mami.  Quiero que ellos vengan antes, que adelanten el viaje... o nos vamos nosotros, Marvin -le rogaba Greta a su hermano-. Tengo miedo; estoy muerta de miedo.
   -Los vamos a preocupar mucho.  Y -además- ¿Qué les decimos? ¿Que estamos asustados por un fantasma?  Si el sábado a la madrugada ya van a llegar... dale, nena, confianza en mí.  No seré Superhombre pero conmigo no va a poder un vulgar fantasmita... después de todo, estamos bien, ¿O no?
   Semi convencida, Greta dijo que sí -durante el resto de ese día- se quedaron a comer en la playa, provistos como habían ido con una canasta de alimentos, sombrilla, reposeras, revistas, paletas y la infaltable novela de amor de Greta.  Pasaron un día "bárbaro", como decían ellos.  La inquietud de las horas pasadas parecía haber quedado definitivamente atrás.
   Pero no.

   Cuando regresaron a la casa -alrededor de las ocho de la noche- Marvin subió a darse un baño.  Estaba convertido en una "milanesa humana", después del juego de enterrarse en la arena hasta el cuello.
   Greta sacudía las lonas -antes de entrar- cuando alcanzó a oír el piiiip del contestador telefónico, anunciando que acababa de grabarse un llamado.  Corrió hacia el aparato-
   -Llamado de mami, seguro -pensó.
   Puso en funcionamiento el rebobinador de la casete de grabación y se dispuso a escuchar el mensaje.
   Lo que escuchó le sacudió el corazón.
   Era la voz de un jovencito -sin dudas- que se expresaba medio como pegando cada palabra con la siguiente, tal como si hiciera un esfuerzo sobrehumano para hablar y que decía:
   -EestoooyenamoraaadodeGreeta.  AamoooaGreetaa.  QuieeroqueedarmesooloconGreetaaa.
   Estas tres oraciones -estiradas como goma de mascar- eran repetidas hasta que concluía el tiempo de grabación con un largo suspiro entrecortado.
   La chica corrió escaleras arriba.  Se oía la ducha y el canturreo de Marvin.  Ya iba a llamarlo -angustiada- cuando vio que el teléfono del cuarto de su hermano estaba descolgado.
   -Ajá.  Conque fue él.  Qué broma siniestra me hizo el condenado.  Ya me las va a pagar.
   Entró en el cuarto de Marvin -de puntillas, y colgó el auricular.
   -Ahora va a venir aquí a vestirse.  Buen susto le voy a dar.
   Y Greta decidió ocultarse debajo de la cama.
   Ya llegaría Marvin, ya buscaría sus zapatillas... y entonces... -¡Zápate!- ella le tomaría las manos.  Creyendo -como el creería- que su hermana se encontraba en la planta baja... ¡Ja!
   Va a ver, ése.  Se le van a erizar los pelos...
   Greta levantó -entonces- la colcha.  Se arrodilló junto a la cama.  Empezaba a acostarse sobre el parquet cuando vio -junto a las zapatillas de su hermano- aquellos pies descalzos, separados de todo cuerpo.  Un par de pies de varón salieron disparando de la habitación, como al impuso de los gritos de la jovencita. (...)



Interesante, ¿No?  Esta lectura se recomienda a partir de los 11 años, ideal para iniciar a los chicos en el hábito de la lectura y la imaginería.  Enlazo aquí una nota que escribí a propósito de "Cómo hacer que los niños lean", para la revista Hoy en Positivo.

Cariños.




No hay comentarios:

Publicar un comentario