viernes, 20 de marzo de 2015

Inmortalidad de Humberto Constantini


Ocurre simplemente que me he vuelto inmortal.
Los colectivos me respetan,
se inclinan ante mí,
me lamen los zapatos como perros falderos.

Ocurre simplemente que no me muero más.
No hay angina que valga,
No hay tifus, ni cornisa, ni guerra, ni espingarda,
ni cáncer, ni cuchillo, ni diluvio,
ni fiebre de Junín, ni vigilantes.
Estoy del otro lado.
Simplemente, estoy del otro lado,
de este lado,
totalmente inmortal.

Ando entre olimpos, dioses, ambrosías,
me río, o estornudo, o digo un chiste
y el tiempo crece, crece como una espuma loca.

Qué bárbaro este asunto
de ser así, inmortal,
festejar nacimiento cada cinco minutos,
ser un millón de pájaros,
una atroz levadura.
Qué escándalo caramba
este enjambre de vida,
esta plaga llamada con mi nombre,
desmedida, creciente,
totalmente inmortal.

Yo tuve, es claro, gripes, miedos,
presupuestos,
Jefes idiotas, pesadez de estómago,
nostalgias, soledades,
mala suerte…
pero eso fue hace un siglo,
veinte siglos,
cuando yo era mortal.
Cuando era
tan mortal,
tan boludo y mortal,
que ni siquiera te quería,
date cuenta.


Humberto nació en Buenos Aires, en esa época en la que no se podía escribir libremente.  Uno más de "la lista negra", es obligado al exilio y como tantos otros siguió escribiendo lejos de su patria.  Siguió escribiendo "atornillado a la silla".  Volvió a pisar su Buenos Aires democrática, su cuerpo se enfrió a los sesenta y tres años.


Cariños.