domingo, 8 de octubre de 2017

Ernesto


Cuando Ernesto pasó por Chile, visitó a una "vieja asmática" y conmovido por su situación de pobreza, escribió en su diario a propósito de la injusticia social:

“Es que la adaptación al medio hace que en las familias pobres el miembro de ellas incapacitado para ganarse el sustento se vea rodeado de una atmósfera de acritud apenas disimulada; en ese momento se deja de ser padre, madre o hermano para convertirse en un factor negativo de la lucha por la vida y como tal, objeto del rencor de la comunidad sana que le echa su enfermedad como si fuera un insulto personal a los que deben mantenerlo. Allí, en estos últimos momentos de gente cuyo horizonte más lejano fue siempre el día de mañana, es donde se capta la profunda tragedia que encierra la vida del proletariado de todo el mundo; hay en esos ojos moribundos un sumiso pedido de disculpas y también, muchas veces, un desesperado pedido de consuelo que se pierde en el vacío, como se perderá pronto su cuerpo en la magnitud del misterio que nos rodea. Hasta cuándo seguirá este orden de cosas basado en un absurdo sentido de casta es algo que no está en mí contestar pero es hora de que los gobernantes dediquen menos tiempo a la propaganda de sus bondades como régimen y más dinero, muchísimo más dinero, a solventar obras de utilidad social”.

Sí, claro, se puede cuestionar la idolatría hacia este hombre, hasta el mito mismo pero es innegable que su presencia movilizaba los corazones, su presencia se expandía hacia los lados, paralizando al resto, dejando sin aliento. 

Tuve la suerte de conversar con alguien que lo conoció y participó en una de sus charlas.  Me dijo: "Cuando Ernesto ingresó a la sala, fue increíble, todos hicieron silencio.  No voló una mosca durante las próximas tres horas que Ernesto habló sin parar.  Era impresionante".



Y tengo una imagen que cuelga en mi casa y, mirando esa imagen, escribí "Cartulina".   Dice así:

El espíritu impregna la cámara
queda instalado sobre un recorte
de cartulina superficie.

En blanco sobre negro
se adivinan rubores
y la formidable simpleza de sus dedos
apretando un cigarrillo.
No se puede dejar de mirar
ese entrevero de dedos y fuerza.

Se intuye, se adivina
se desvía, se captura
carnadura que no duerme
se sienta sobre una pared de la galería.

La lejana, bella figura
la estrella está clavada
un suspiro de escalera
un niño que ríe y busca la libertad.
Todo se adivina otra vez.


Cariños.