miércoles, 24 de septiembre de 2014

"El pez en el agua" por Mario Vargas Llosa

Excelente adquisición: me tenté en una librería con ofertas y lo vi entre los clásicos de Mario.
Tengo una pila de trabajo y mucho para leer, pero lo leí a él... porque lo necesitaba, quería encontrarme con algo como esto:


Mi primer encuentro con el Salesiano y mis nuevos compañeros de clase no fue nada bueno.  Todos tenían uno o dos años más que yo, pero parecían aún más grandes porque decían palabrotas y hablaban de porquerías que nosotros, allá en La Salle, en Cochabamba, ni siquiera sabíamos que existían.  Yo regresaba todas las tardes a la casona de la prefectura, a darle mis quejas al tío Lucho, espantado de las lisuras que oía y furioso de que mis compañeros se burlaran de mi manera de hablar serrana y de mis dientes de conejo.  Pero poco a poco me fui haciendo de amigos -Manolo y Ricardo Artadi, el Borrao Garcés, el gordito Javier Silva, Chapirito Seminario-, gracias a los cuales fui adaptándome a las costumbres y a las gentes de esa ciudad, que dejaría una marca tan fuerte en mi vida.

A poco de entrar al colegio, los hermanos Artadi y Jorge Salmón, una tarde que nos bañábamos en las aguas ya en retirada del Piura -entonces, río de avenida- me revelaron el verdadero origen de los bebes y lo que significaba la palabrota impronunciable: cachar.  La revelación fue traumática, aunque estoy seguro, esta vez, de haber rumiado en silencio, sin ir a contárselo al tío Lucho, la repugnancia que sentía al imaginar a esos hombres animalizados, con los falos tiesos, montados sobre esas pobres mujeres que debían sufrir sus embestidas.  Que mi madre hubiera podido pasar por trance semejante para que yo viniera al mundo me llenaba de asco, y me hacía sentir que, saberlo, me había ensuciado y ensuciado mi relación con mi madre y ensuciado de algún modo la vida.  El mundo se me había vuelto sucio.  Las explicaciones del sacerdote que me confesaba, el único ser al que me atreví a consultar sobre este angustioso asunto, no debieron de tranquilizarme, pues el tema me atormentó días y noches y pasó mucho tiempo antes de que me resignara a aceptar que la vida era así, que hombres y mujeres hacían esas porquerías resumidas en el verbo cachar y que no había otra manera de que continuara la especie humana y de que hubiera podido nacer yo mismo.


El pez en el agua se trata de la niñez de Mario hasta su viaje a Europa, y por otro lado, su aventura política presentándose como candidato a presidente del Perú.  Dos épocas unidas por una pasión: el nacimiento de su vocación literaria y como recupera este entusiasmo en la madurez.  Todo esto entre anécdotas, personas que pasaron por su vida, recuerdos que sólo él nos puede narrar así, deliciosamente... recomiendo leerlo con un café con leche y un par de medialunas.




Cariños.


viernes, 19 de septiembre de 2014

Nota Express 7: Por el atajo

Paró el colectivo en la vereda de enfrente, en la bajada del puente que conecta aquel lado con este.
Ella bajó del colectivo con su hijito en brazos, un pequeño gurisito de menos de un año.  Estaba acomodado, serio, sentado en el antebrazo izquierdo de su madre.  Ella, petisa y ancha.

Caminaba cansada... paso a paso.

El peso se le venía de frente.  Resistiendo la gravedad, avanzaba... pesada.

En un brazo, el pequeño; en el otro, una bolsa blanca hasta el tope, con las manijas apretadas.  Hizo veinte pasos lentos y ya estaba sobre un atajo por el campito, ese que sube hasta el puente.  Miró ambos lados, apoyó su wawa en el pasto.  Sacó de su bolsa blanca un hermoso aguayo que extendió en el piso.  Subió a su wawita al arco iris y con un movimiento preciso lo colocó en su espalda.  Ató la manta a la altura del pecho.  El pequeño carajito, envuelto, se acomodó en silencio.



Toma su bolsa blanca y retoma el atajo.  Camina más ligero.  Un poco tirada hacia adelante, lo suficiente. Es otro impulso, sus manos libres ahora, otra fuerza.  No parece cansada... la conexión con el Ser genera liviandad.

Cuando somos auténticos, no buscamos ser alguien que no somos.  Derrochamos mucha energía cuando aparentamos Ser sin Ser.  Ese Ser pretencioso se vuelve inalcanzable.

Si queremos agradar a los demás para sentirnos queridos, aceptados, estamos dejando mucha energía en ese actuar.  No nos estamos queriendo ni aceptando nosotros mismos.

Energía derrochada que podríamos utilizar para otras cosas, como caminar más ligero, liberar las manos... o amar.


Cariños.