jueves, 31 de octubre de 2013

To the end




"Los Amantes" R. Magritte


Nadaba como una sirena, con pequeños empujones me deslizaba
bajo el agua sin esfuerzo: movimientos tan suaves y precisos,
movimientos perfectos bajo al agua.
La profundidad se rozaba fría sobre mi piel aterciopelada y transcurría
naturalmente el tiempo sin ahogos.
Mi compañero me encontró y saltamos fuera del agua, quedamos parados
uno en frente del otro.
Instantes eternos, suspendidos en un reflejo de sal y sol. Fue ahí mismo
donde nos abrazamos, dando vueltas en el aire, y caímos al agua sin
impacto para nadar juntos. Él a mi lado, yo feliz. Sé que era feliz porque la
plenitud del momento me dictó al oído poemas de sirenas.
Tomó mi mano y nadamos con más fuerza. Cuando despegamos del
agua en la orilla y caímos al pie de una montaña firme e inmóvil, corrimos
hacia las piedras, corrimos sin cansancio, riendo, gritando, cantando melodías
olvidadas.
Trepamos la montaña velozmente, cada vez más pegados por necesidad
de sentirnos y tocarnos. Un abrazo nos frenó y chocamos con las piedras,
entramos en la montaña al ritmo de su música.
Abrazos y más abrazos para ingresar uno en el otro, para unirnos de
verdad. Me recorrió un cosquilleo inesperado y caliente que agitaba la
sangre. Labios de miel. Retomamos el camino y de un salto caímos en una
pradera verde: campo libre para correr, para tropezar, girar y seguir corriendo.
La pradera se movía hacia atrás haciéndonos correr más rápido.
Siempre de la mano con mi compañero, despegamos al vuelo de un
pájaro que nos cruzó por delante. Sus brazos se hicieron alas y el suelo se
alejaba de nuestros pies. Las flores se hacían miniaturas y las nubes nos
daban la bienvenida rociándonos la cara con una brisa fresca y viento.
Seguíamos en vuelo y no vi mis alas, no sentía mis brazos, fue libertad
sin vértigo. No había límite para mi alma, ya no distinguía donde comenzaba
mi cuerpo: vamos más alto.


Extraído de mi libro Manzanas Maduras y otros Relatos

Viejo verano debajo de la parra

Para mi lo más lindo de contar una anécdota es el retorno.  Cuando contamos una historia, la propia, a medida que nos vamos adentrando vamos re-descubriendo sonidos, palabras, aromas.
Mi papá escuchaba cumbia.  Agarrate Catalina, los recuerdos que tengo para contarte.  Escuchaba cumbia, mucha y muy alto, con el volumen muy fuerte.  Me sabía las letras de las canciones de Miguel "Conejito" Alejandro, Karicia, entre otros inmortales del ritmo.
Mi viejo tenía unos "bafles", así les llamaba él, marrones, enormes -claro, en ese momento los veía muy altos, deberían tener un metro de alto- que sonaban como locos y todo el barrio sabía cuando papi quería escuchar "Los Palmeras" o "Los Guaguancó".
Ma-mi-ta.
Para recordar, recordemos con ganas.  Aquí les presento un clásico de esos tiempos: El Cuarteto Imperial.
Sería interesante que continúes leyendo lo que viene más abajo con esta música de fondo y volvemos unos veinticinco años para atrás, debajo de la parra del patio:





-"Escuchá Avispi, escuchá Abeji".  Ahí nomás mi viejo apretaba los dientes, se mordía el labio y cogoteaba para delante.  Yo permacía sentada en una sillita de madera amarilla, él, simulaba tener un güiro invisible y me hacía el sonido con la boca: tsh, tsh, tsh, tsh, tsh, tsh.
-"¡¡Bajá eso Julio!! -mi mamá- ¡Ya empezaste con la música! Es la hora de la siesta, la gente está durmiendo, chee".
Y papi que no quería saber nada, no le importaba si era la hora de la siesta, ni el calor que hacía, ni si el mundo se podía venir abajo.  El quería escuchar su Cuarteto Imperial.  A unas pocas cuadras del pueblo retumbaban los bafles de Julio.
Temblaban las uvas de la parra azotadas por el calor, maduras.  Colgaba de un alambre la rejilla-parrilla, con algunas brasas del domingo.  Retumbaban los ladrillos gastados del patio, casi verdes, casi rojos.
-"Dejalo, Celia -la nona- dejalo que escuche"... y cabeceaba hacia mi viejo, negando no se qué cosa, haciendo un movimiento con la mano que no se entendía, una mezcla entre "dejalo" y "Que Dios nos libre y nos guarde".
La nona encendía el lavarropas, un tambor de chapa que se zarandeaba todo el día.  La perra Colita que se echaba en la sombra.
Entonces mi papá se aburría y cambiaba a Sebastián:




Este tema era uno de sus preferidos.  La sonrisa se le dibujaba en el medio de la cara.  Los dientes le brillaban de alegría, cantaba y sacudía su cadera.  Aplaudía.  Lo bailaba como él quería.  Lo aplaudía.
Este tema me lleva, de pronto, al club.  Yo me quedaba con los otros chicos jugando por ahí a la mancha o a la escondida, mientras los grandes bailaban en ronda.  Cuando paraba para tomar un poco de aire o un vaso de Coca lo veía a mi viejo, sobresaliendo, marcando el pulso.  Todas querían bailar con mi papá, y él, sí, él bailaba con todas.  Yo era chica, hoy me doy cuenta que de su cuerpo "salían chispas", en esos momentos de baile toda su humanidad le encantaba a las mujeres.  Los momentos felices generan un especial interés en las personas que nos rodean.  El era feliz en las pistas.

Me había comprometido con José y Mario a darle un toque de humor, lo quise hacer al principio... terminó en nostalgia.
Lo dejo así, lo dejo como salió.  Me perdono por no atender a la consigna.

¿Cómo termina esta historia? Luego de esta infancia con tanta cumbia, mis hermanas bailan Salsa y a mí me gusta el Rock.
Mi viejo sigue bailando cumbia, un poco más gordo y aunque viejo, sigue encantando a las mujeres.

Un abrazo.

Nota 100, celebro con alcohol



...La poesía de Bukowski, al que le gustaba vanagloriarse de haber escrito su primer poema con 35 años, está marcada por un realismo descarnado y lírico a un tiempo, explícito, tierno en ocasiones y brutal en otras, abundante en datos autobiográficos, personalísimo y pleno de humor ácido y desencantado.  Como sus narraciones, sus poemas son vitales y vitalistas, pero también muy mortales y están llenos de drogas, alcohol y sexo.  Gracejo, profundidad, cultura y humor, todo ellos envuelto en un lirismo que a veces es hondo y a veces remeda la superficialidad sin conseguirlo.  Nunca abandonó su producción en verso que, con los años, se fue haciendo más directa, más sobria, como en El amor es un perro del infierno (1974) o La última noche de la tierra (1992).  Bukowski escribió más de 30 poemarios, que le han acreditado como gran poeta.
Murió en 1994, a los 74 años, una edad sorprendente para alguien que llevó semejante estilo de vida.  Su gran aporte a la literatura estadounidense, y a la literatura en general, fue su honestidad y su búsqueda de una literatura menos artificial, más viva.

                                     Umberto Cobo, del Prólogo de "Antología" de Charles Bukowski


Los mejores de la raza

No hay nada que
discutir
no hay nada que
recordar
no hay nada que
olvidar


es triste

no es
triste


parece que la
cosa mas
sensata
que una persona puede
hacer
es 
estar sentada
con un copa en la
mano
mientras las paredes
blanden 
sonrisas de 
despedida


uno pasa a través de
todo
ello
con una cierta
cantidad de
eficiencia y
valentía
entonces
se va


algunos aceptan
la posibilidad de
Dios
para ayudarles
en su
paso


otros
lo aceptan
como es


y por estos


bebo
esta noche.



Charles Bukowski

Puente

Y utilizo esta nota para llegar a la siguiente.
Doy este paso para poder dar el que parece está adelante, invento un puente, cruzo descalza.
Me engaño, aquí no pasó nada, evito.
Llego, llego -o de mentira- a la próxima estación.  Llego igual. En vez de caminando, paso volando. No quiero mirar el paisaje, esta vez no quiero.  Quiero llegar hasta ahí.
Me estiro, me hago de goma.  Desaparezco y me re-construyo en la siguiente.  Del otro lado.
Invento palabras para crear el camino, el puente de antes, el que cruzo descalza.
No espero más.  No quiero esperar hasta mañana.  Me hago de goma.  Me invento un puente.

Allá voy.  Nota número 100.  Esperame.  Estoy yendo.
Esto es un invento.  Me hago de goma.


El Comportamiento durante el galanteo


Todos sabemos mucho más de lo que realmente creemos saber. Ésta es una de las aplastantes conclusiones a la que llegamos cuando estudiamos la comunicación no-verbal.
Por ejemplo: toda mujer sabe cómo corresponder a los requerimientos amorosos de un hombre atractivo.
Sabe cómo frenar una relación no deseada o cómo alentar a su posible pareja. También sabe cómo controlarse para no parecer demasiado interesada. La mayoría de las mujeres no pueden precisar con exactitud cómo lo hacen.
Muchas ni siquiera se dan cuenta de que la técnica es casi enteramente no-verbal, a pesar de que durante la fase del galanteo, los detalles de este tipo pueden transformar un tema ambiguo, como el del estado del tiempo, en una insinuación por demás seductora.
Los primeros estudios acerca de la comunicación no-verbal durante el galanteo fueron realizados por especialistas en cinesis, especialmente el doctor Albert Scheflen, que trabajó con Ray Birdwhistell.
Al analizar películas sobre el galanteo, Scheflen documentó que el amor llega a transformar en bella a una persona —hombre o mujer— y logró señalar la forma en que esto se produce.
Una mujer, por ejemplo, se transforma súbitamente en más bella, cuando responde a un estímulo emocional como la atracción sexual que desencadena cambios sutiles en su organismo. En su fría manera de expresarse, los especialistas definen este delicioso fenómeno como "un estar en disposición para el galanteo inmediato".
En parte, esta disposición se debe a la tensa inflexión muscular: los músculos se comprimen respondiendo a un toque de atención, de manera que todo el cuerpo se pone alerta. En el rostro, las arrugas que normalmente están muy marcadas, tienden a desvanecerse, del mismo modo que las bolsas debajo de los ojos. La mirada brilla, la piel se colorea o se torna más pálida y el labio inferior se hace más pronunciado. El individuo, que generalmente tiene una postura pobre, suele enderezarse, disminuye milagrosamente el vientre prominente y los músculos de las piernas se ponen tensos; este último efecto suele representarse en las fotos sexy y vulgares. También se altera el olor del cuerpo y algunas mujeres afirman que se modifica la textura de su cabello. Lo extraordinario es que una persona puede sufrir todas esas transformaciones y no tener conciencia de ellas.
La pareja en pleno galanteo también suele ocuparse de su arreglo personal: las mujeres juguetean con el cabello o se acomodan repetidas veces la ropa; el hombre se pasa la mano por el cabello, se endereza las medias o se toca la corbata. Por lo general, éstos son gestos inconscientes que se hacen automáticamente.
A medida que avanza el flirt, las señales son obvias: miradas rápidas o prolongadas a los ojos del otro. Pero también existen algunos signos menos obvios. Durante el galanteo las parejas se enfrentan abiertamente. Rara vez vuelven el cuerpo hacia un lado. Se inclinan el uno hacia el otro y en algunas ocasiones extienden un brazo o una pierna, como para no dejar pasar a ningún intruso. Al hablar con una tercera persona, si están uno junto al otro, dejan a la vista la parte superior del cuerpo de manera educada, los brazos caídos o apoyados en el sillón, pero no cruzados sobre el pecho; al mismo tiempo forman un círculo cerrado con las piernas: las rodillas cruzadas de afuera hacia adentro, de manera tal que las puntas de los pies casi se tocan. Con frecuencia, las personas dramatizan la situación y forman una barricada con los brazos y piernas en esta posición.
Algunas veces, la pareja realiza roces sustitutivos: una mujer puede pasar suavemente el dedo por el borde de una copa en un restaurante, o dibujar imaginarias figuras sobre el mantel. Otras veces adopta actitudes provocativas: cruza las piernas, dejando entrever parte del muslo; apoya la mano en la cadera e inclina desafiante el busto hacia adelante; o se sienta como ausente y se acaricia el muslo o la muñeca. Las parejas durante el galanteo ladean la cabeza, y emplean señales genéricas como la inclinación pelviana. El mostrar la palma de la mano es quizás el más sutil de todos los signos. La mayoría de las mujeres anglosajonas mantienen las manos cerradas y sólo raramente dejan ver las palmas. Pero mientras dura el flirt, las enseñan constantemente. Aun en gestos que se realizan con la palma hacia adentro, como podría ser fumar o taparse la boca al toser.
La mayoría de nosotros al pensar en el galanteo considera en primer término las sensaciones internas —una excitación que proviene decididamente de nuestras vísceras—. Todo lo narrado anteriormente nos puede parecer artificial. Como investigadores del comportamiento humano, los especialistas en cinesis se limitan a estudiar esta rama y se niegan a especular sobre los sentimientos, basándose en el hecho de que éstos no pueden medirse científicamente. Más aun, ni siquiera pueden identificarse con certeza.
Obviamente, los sentimientos están presentes. En el punto culminante del galanteo, por ejemplo, uno se siente atento, atraído hacia la pareja, lleno de euforia. Los gestos que se realizan para tratar de mejorar el aspecto personal son la consecuencia de una repentina toma de conciencia del propio yo. Las caricias diferidas o subrogadas forman parte de ese delicioso conflicto que se plantea entre el deseo de tocar y el sentimiento, de que, tal vez no se debe, conflicto que por lo general es subconsciente. La inclinación pelviana puede llegar a ser una señal tan sutil y automática, al punto que una mujer que camina por la calle distraídamente, se asombra al registrar una sensación semejante en su pelvis cuando se cruza con un hombre que le resulta atractivo; por supuesto, lo mismo puede ocurrirle al hombre. Mostrar las palmas de las manos es otro gesto inconsciente.
Resulta tentador extraer una conclusión simplista sobre este hecho y decir que cuando una mujer muestra la palma de la mano está tratando de conquistar a un hombre, consciente o inconscientemente. Algunas veces es así, pero este mismo gesto también suele significar una bienvenida. Puede no tener connotación sexual alguna, a no ser que ocurra durante un período de galanteo y se relacione con otros gestos indicativos específicos. De cualquier manera, suele producirse con tanta rapidez o sutileza que sólo el ojo avezado puede detectarlo.
Personalmente no lo he logrado nunca, con excepción de un par de veces en que me lo han indicado, especialmente en películas pasadas en cámara lenta. Allí resulta obvio: en un intervalo de pocos segundos, durante un normal movimiento de brazos, la palma aparecía hacia arriba, abierta y enfrentaba a la otra persona, indefensa y pidiendo protección. En la vida cotidiana, uno suele interpretar erróneamente este hecho cuando no ocurre en realidad. En una reunión, por ejemplo, la dueña de casa recibía a todos los invitados mostrándoles las palmas de sus manos, excepto a alguno de ellos, y presumiblemente, éste era el invitado que menos le gustaba.
(El hecho de ocultar las palmas de las manos ante alguien que no nos agrada, se reconoce vulgarmente en la expresión idiomática que los hombres mascullan enojados: "Le voy a dar un revés.")
Los estudios realizados hasta el presente sobre la conducta durante el galanteo son fascinantes en sus
detalles: representan una tentación para el lector y por este motivo, se puede fantasear al respecto. Una joven que conozco tenía un buen amigo, pero un día decidió que necesitaba algo más que un buen amigo. Se preguntó si podría hacérselo saber empleando con él algunos de los sutiles métodos del galanteo. Pero el problema radica en que, al tratar de fingir —a no ser que se trate de un actor de primera— siempre aparece una falta de asociación, algo que resulta calculado o directamente torpe, porque en el mensaje corporal existe una indicación de que algo, en alguna parte, no es real.
Uno de los problemas que surgen al tratar de interpretar el comportamiento no-verbal, reside en la sorprendente complejidad de las comunicaciones humanas. En sus estudios sobre el quasi-galanteo, el doctor Scheflen nos ofrece un ejemplo casi perfecto. Curiosamente, ese comportamiento es como el galanteo, aunque no tiene el mismo significado.
Mientras observaba las películas de los psicoterapeutas y sus pacientes, el doctor Scheflen descubrió secuencias de galanteo en cada una de ellas. Entonces investigó también los encuentros entre gente sana y notó con sorpresa que, por lo menos entre la clase media norteamericana, el galanteo puede aparecer virtualmente en cualquier situación: en reuniones sociales o en reuniones de negocios; entre padres e hijos, maestros y alumnos; médico y paciente, y aun entre dos hombres o dos mujeres, sin que se infiera de ello ninguna intención homosexual. Vemos a las personas avispadas, llenas de vida, de pie una junto a otra, intercambiando largas miradas, mostrando las palmas de las manos, galanteando; en una palabra, cortejándose entre sí. Debemos sacar en conclusión, por lo tanto, que están rodeadas de sexo y que los norteamericanos se cortejan en cualquier momento y ocasión, o que por el contrario, estas actitudes no son lo que parecen. Debe existir alguna clave especial en el comportamiento, que haga saber a los involucrados en la relación, que la seducción no está en juego.
Un examen detallado de las películas demostró que había elementos calificadores, y que realmente se trataba de un galanteo que tenía una diferencia. Algunas veces, la diferencia era obvia y expresada verbalmente. Una persona podía decir claramente que no estaba tratando de cortejar a otra en ese momento, o podía referirse a otra allí presente o al cónyuge ausente. O tal vez el tema de la conversación estaba totalmente alejado del sexo.
Algunas veces, el elemento calificador era más sutil. Ambas personas se enfrentaban girando el cuerpo levemente hacia un lado; una de ellas extendía un brazo o una pierna como para incluir a una tercera persona. Otras veces, ambas miraban continuamente alrededor de sí o conversaban en un tono más elevado que el indicado para una conversación íntima. Un hombre hablaba acerca del amor o del sexo pero de manera casual y en un tono indiferente, recostado en el asiento y sonriendo con los labios, pero no con los ojos. Entre la clase media norteamericana, los niños aprenden estas secuencias de quasi-galanteo, con todas sus sutilezas, en la relación con sus padres, parientes y maestros, mucho antes de ser capaces de separar los elementos calificadores superfluos de lo verdadero.
No debe interpretarse este quasi-galanteo como un signo de que, aunque el sexo esté excluido, es fervientemente anhelado por ambas partes. En realidad, es un medio que sirve a fines completamente diferentes.
En las sesiones filmadas de psicoterapia que observó el doctor Scheflen, se lo utilizaba para captar la atención de alguno de los pacientes que parecía estar a punto de desconectarse de la acción del grupo. En una de las películas de terapia familiar, se veía al comienzo a la hija en actitud de galantear, reaccionando obviamente ante el terapeuta. Cuando éste eludió cuidadosamente mirarla o hablarle, ella perdió todo interés en la sesión.
Inmediatamente, dos de los niños menores, que al parecer seguían el patrón de conducta normal, también comenzaron a desinteresarse en el proceso. El terapeuta, temiendo perder contacto con la mitad del grupo familiar y enfrascado en ese momento en una conversación con el padre, comenzó una secuencia de quasi-galanteo. La inició mirando fijamente a la chica y por un momento ambos aspiraron el humo de sus cigarrillos en perfecta sincronía. Repentinamente, ella sintiéndose incómoda, giró la cabeza y puso su brazo sobre la falda, formando una barrera. Luego volvió a integrarse al grupo.
En otras películas terapéuticas, filmadas por el doctor Scheflen, pueden verse otras secuencias del
comportamiento del galanteo. Una de ellas muestra a un psiquiatra que entrevista por primera vez a una familia — la madre, el padre, la hija, la abuela—. En un lapso de veinte minutos la misma reveladora secuencia se produjo once veces. El terapeuta inició una conversación con la hija o la abuela; inmediatamente la madre comenzó a mostrar una actitud de quasi-galanteo. Cruzaba delicadamente los tobillos, extendiendo las piernas; se ponía una mano en la cadera o se inclinaba hacia adelante. Todas las veces, el terapeuta respondió, a su vez, mediante gestos como acomodarse la corbata, u otros similares, y le formuló una pregunta. Del mismo modo, el padre mostraba signos de nerviosismo, balanceaba un pie, e inmediatamente tanto la hija como la abuela, que estaban sentadas a ambos lados de la madre, cruzaban las rodillas de tal manera que las puntas de sus pies casi se tocaban frente a la madre, formando una invisible barrera protectora. En cuanto esto comenzaba a suceder, la madre "deponía" su actitud: cedía totalmente su tensión muscular y se recostaba hacia atrás en el asiento, permaneciendo aislada de tal manera que para el psiquiatra resultaba autista.
A pesar de que la protagonista de este episodio había empleado técnicas de quasi-galanteo para atraer la atención del terapeuta, no es probable que tuviera realmente intenciones de seducirlo, puesto que no mostró ninguna de las otras pautas de comportamiento adicionales que pueden confirmarlo; sin embargo, por la forma en que reaccionó la familia, resultaba evidente que la conducta seductora de la madre constituía un problema para el grupo familiar. El doctor Scheflen dice que los sistemas de mensajes como los revelados en esta película son comunes. Más aun, piensa que existen en todas las familias y que constituyen todo un vocabulario de gestos de nivel subconsciente. Me imagino que la hija y la abuela notaron sólo parcialmente la inquietud del padre, pero cuando éste comenzó a mover el pie nerviosamente, reaccionaron en conjunto de manera inmediata.
El quasi-galanteo se produce también en situaciones donde existen confusiones genéricas. Cuando una mujer se comporta en forma agresiva o dominante, actuando de una manera que nuestra cultura considera inadecuada a su sexo, el hombre puede valerse del quasi-galanteo para hacerla reaccionar. De igual forma, cuando un hombre actúa pasivamente, la mujer podrá incentivarlo mediante el mismo sistema, para tratar de anular en él ese comportamiento supuestamente femenino.
Algunas veces, el quasi-galanteo y su ausencia actúan como un termostato y mantienen la moral dentro de un grupo. Casi todos hemos sido testigos de una aburrida reunión social o de un tedioso encuentro de negocios, que se anima inmediatamente con la llegada de una persona notable. Los otros concurrentes se vuelven más animados y parecen más atractivos. Si efectuamos un análisis de los movimientos corporales, nos revela que la nueva aparición desató una serie de secuencias de quasi-galanteo. Por otra parte, si uno de los miembros del grupo quasi-galantea excediéndose y elevando el nivel aceptable de intimidad, el resto del grupo comienza a tomar la actitud contraria, tratando de compensar la situación.
El quasi-galanteo, por lo tanto, está muy lejos de ser el deseo frustrado de "A" de acostarse con "B". Pienso que debe relacionarse con momentos de real armonía, y con un sentimiento, comprendido por el individuo, de agudeza, de bienestar y más aun, de excitación —sentimiento que tiene otros elementos calificadores, diferentes de los que están presentes cuando la atracción sexual está involucrada.
Los estudios de Scheflen sobre el galanteo están basados en la clase media norteamericana. La evidencia existente, que no es mucha, sugiere que no sólo son sutilmente diferentes los patrones en los distintos países, sino que varían aun dentro de los Estados Unidos. El galanteo que se admite como normal en un cocktail de la clase media alta de la ciudad o de los suburbios, podrá ser mal visto en una reunión similar de un pueblo chico, de un área rural o de un barrio de gente trabajadora. El quasi-galanteo entre la clase media puede parecer extraño o aun peligroso para un grupo de gente obrera, entre la que el elemento calificador del galanteo se parece a una imitación burlesca, en lugar de mostrar signos más sutiles.
Pero parece ser que existen ciertas pautas de galanteo que son comunes a todas las partes del mundo. El etólogo austriaco Irenáus Eibl-Eibesfeldt, que fue discípulo y ahora es colega de Konrad Lorenz, ha estudiado el flirteo en seis culturas diferentes y encontró muchos detalles similares entre ellas. Filmó sus películas utilizando un equipo de dos hombres: uno para manejar la cámara, y otro para sonreír y saludar a las chicas. Se vio que tanto en Samoa como en Papua, en Francia, en Japón o en África como en Sudamérica, se producía el mismo tipo de respuesta, en una sucesión de pequeños movimientos de danza de cinesis: una sonrisa, una vuelta, un rápido levantar de cejas en una expresión interrogativa —reacción considerada afirmativa— seguida por el hecho de volver la espalda, la cabeza hacia un lado, algunas veces gacha, mirando hacia abajo, y los párpados bajos. A menudo las chicas se cubrían parte de la cara con la mano y sonreían con vergüenza. Algunas veces seguían al hombre con el rabillo del ojo, o se volvían a echarle otra rápida ojeada antes de mirar hacia otro lado.
El doctor Adam Kendon, un psicólogo que trabajó con Scheflen, comenzó recientemente un análisis sobre el galanteo entre los seres humanos. Surgieron de este análisis ciertos rasgos universales que pueden verse también entre los animales. Los estudios de Kendon, basados en películas de parejas filmadas en parques y en paseos públicos, indican que para las mujeres, el galanteo combina dos elementos diferentes. En primer lugar, la mujer muestra su sexualidad "para atraer al hombre; luego lo tranquiliza mediante un comportamiento infantil —miradas tímidas, la cabeza inclinada hacia un lado y gestos suaves como los de un bebé—. El hombre, a su vez, trata de demostrar su masculinidad parándose muy erguido, gesticulando agresivamente y luego la tranquiliza asumiendo el comportamiento de un niño.
El comportamiento paralelo del animal procede del real peligro físico que involucra el galanteo: el macho se arriesga a un ataque furioso si la hembra no está en ánimo de recibirlo; cuando la hembra inicia el galanteo, algunas veces recibe un castigo antes de que el macho se sienta seguro, y tenga la certeza de que su compañera no se volverá contra él, y no constituirá una amenaza. De esta manera el galanteo entre los animales generalmente consta de dos etapas: primero, uno debe atraer sexualmente al compañero; luego debe conseguir que éste deje de temer un contacto más próximo. Algunas veces usan el recurso de imitar a las crías jóvenes para obtener la confianza de la hembra. El macho del pájaro carpintero suele invitar a la hembra a su nido imitando la actitud del pichón que pide comida. Cuando galantea el macho del hámster imita el grito de las crías.
El galanteo encierra verdaderos riesgos emocionales, aunque son muy pocas las personas que tienen idea de ello. El recato y el comportamiento infantil registrados por la cámara de cine son prueba de ello. El doctor Kendon narra que una vez habló de su teoría sobre el galanteo a una feminista, que luego de pensar un rato, le dijo: "puede que usted tenga razón, pero si es así, la mujer tendrá que cambiar. El recato no es mi idea sobre lo que debe ser la nueva mujer". Pero, si la teoría de Kendon es acertada, no podrá cambiar, porque si una mujer —o un hombre— no logra atraer y luego captar la confianza de su pareja, dejará de existir el galanteo.
A veces puede ser perjudicial e incómodo dar demasiada importancia al galanteo. Descubrí esto una noche, en una reunión cuando repentinamente me di cuenta de que me encontraba, según la descripción de los especialistas en cinesis, en un estado de excitación y lista para galantear: tenía los ojos brillantes, mi rostro estaba arrebolado, el labio inferior ligeramente abultado y distraídamente me acariciaba el cabello. Por un par de segundos fue una sensación paralizante. Pero una vez que sobrepasé el instante de la toma de conciencia, descubrí que el galanteo o el quasi-galanteo me rodeaba por los cuatro costados. Después de haber hecho este descubrimiento pude relajarme y divertirme —actuando, mirando, sintiendo— en una forma nueva y diferente.

Extraído de "El lenguaje de los gestos" de Flora Davis.


miércoles, 30 de octubre de 2013

LIBRE



El ser-para-sí: Si toda conciencia es conciencia del ser tal como aparecer, la conciencia es distinta del ser (no ser o nada) y surge de una negación del ser-en-sí. Por tanto, el para sí, separado del ser, es radicalmente libre. El hombre es el no-ya-hecho, el que se hace a sí mismo.
Jean Paul Sartre

Ser libre es dejar de depender de alguien para depender de todos.
Enrique Jardiel Poncela

Me gustaría ser libre, inimaginablemente libre. Libre como un ser abortado.
Emil Michel Cioran

Ser libre es prescindir de ciertas culpas.
Eduardo Mignogna

Primero se libre; después pide la libertad.
Fernando Pessoa

No espero nada. No temo nada. Soy libre.
Nikos Kazantzakis

La libertad es el hombre. Incluso para someterse, es necesario ser libre; para darse, es necesario ser libre.
Jules Michelet

¿Quién es libre? El sabio que puede dominar sus pasiones, que no teme a la necesidad, a la muerte ni a las cadenas, que refrena firmemente sus apetitos y desprecia los honores del mundo, que confía exclusivamente en sí mismo y que ha redondeado y pulido las aristas de su carácter.
Quinto Horacio Flaco

Seamos libres, lo demás no importa nada.
José De San Martín

lunes, 28 de octubre de 2013

El animal que más le gusta



En una conversación entre mi amigo Pablo y mi hija Tutti, Pablo le pregunta:

-¿Cuál es el animal que más te gusta?
-La tortuga
-¿Y cómo es la tortuga? ¿Gigante?
-De todos los colores.

Me quedé pensando en la belleza de la tortuga, una belleza que hasta ese momento no veía.
Mirá este cuento indio:
Al llegar a una edad avanzada, y tras una vida hogareña de alegrías y sufrimientos cotidianos, unos esposos decidieron renunciar a la vida mundana y dedicar el resto de sus existencias a la meditación y a peregrinar a los más sacrosantos santuarios.
En una ocasión, de camino a un templo himalayo, el marido vio en el sendero un fabuloso diamante. Con gran rapidez, colocó uno de sus pies sobre la joya para ocultarla, pensando que, si su mujer la veía, tal vez surgiera en ella un sentimiento de codicia que pudiese contaminar su mente y retrasar su evolución mística.
Pero la mujer descubrió la estratagema de su marido y con voz ecuánime y apacible comentó:
- Querido, me gustaría saber por qué has renunciado al mundo si todavía haces distinción entre el diamante y el polvo.
Maestro: para aquel que se ha establecido en la realidad .. ganancia y pérdida, victoria y derrota, son impostores, porque el que ve con sabiduría no hace distinción entre uno y otro.
Extraído de "101 cuentos clásicos de la India" de Ramiro A. Calle.

Para pensar.  Un abrazo.

viernes, 25 de octubre de 2013

La mujer perfecta



Nasrudín conversaba con sus amigos en la casa de té y les contaba como había emprendido un largo viaje para encontrar a la mujer perfecta con quién casarse. Les decía:

- Viajé a Bagdad, después de un tiempo encontré a una mujer formidable, atenta, inteligente, culta de una gran personalidad.
Dijeron sus amigos:
- ¿Por qué no te casaste con ella?
- No era completa, -respondió Nasrudín-, después fui a El Cairo, allí conocí a otra mujer ciertamente fabulosa; hermosa, sensible, delicada, cariñosa.
- ¿Por qué no te casaste con ella?, dijeron los amigos.
- No era completa -respondió nuevamente Nasrudín-, entonces me fui a Samarcanda allí por fin encontré a la mujer de mis sueños; ingeniosa y creativa, hermosa e inteligente, sensible, culta, delicada y espiritual.
- ¿Por qué no te casaste con ella? -insistieron sus amigos.


- Pues saben por qué, ella también buscaba un hombre perfecto.

Cuento Sufi.


Boleto capicúa

Me quedó este texto en un documento que quiero borrar en este momento.  Lo comparto antes.

Los dueños del lugar donde paré tenían un chofer recomendado por ellos, que estaba disponible para llevarnos adonde quisiera, las 24 hs.  Con los días y los diálogos me di cuenta que era un pariente de la dueña.
El mismo señor me dijo que era un tipo de guía, que sabía de turismo y estaba al tanto de todas las excursiones que se podrían hacer en su ciudad.
Me ofreció un tour desquiciado que constaba al menos de cinco actividades diferentes y en pocas horas, por supuesto, contenidas en un paquete aparentemente tentador y con obsequios generosos.
Me explicaba del clima, de los cds, de las excursiones con y sin jeep, de los viajes a mitad de precio, unos pájaros y no sé cuanta cosa más. 

Me impresionó esta especie de chofer-prostituto-señor del volante que ofrecía sus servicios en la esquina, tentando a los turistas que pasaban con sus voluptuosos viajes y sus promesas de placer garantizado.

No fui en remis, me tomé un colectivo.  Vaya cosa, el colectivero no me prometió nada y me ofreció una canastita con caramelos.  De mi amor con el chofer, parí este boleto capicúa.

Boleto
Boleto

El colectivero amaba su trabajo, el remisero hacía lo que podía.


¿Vos amás tu trabajo? Si hacés con pasión "la suerte" está de tu lado.

Hermosa pregunta para este viernes a la noche.  Abrazo, como siempre.

Cuando me amé de verdad

Y se me hirvió el agua para el mate.  El cebador de mate sabe muy bien que esto significa sólo una cosa: volver sobre nuestros pasos y calentar otra vez agua, con más atención esta vez.
Me lo reprocho.  Hoy me siento des-organizada, traspapelada, atendiendo tres temas en simultáneo más el agua para el mate.
Hoy, me olvido de responder mails y no me acuerdo cual era la tarea para mañana.  Me estoy olvidando de algo y ¿Qué me estoy olvidando?... me acuerdo de "Cuando me amé de verdad".  De eso me estaba olvidando, de amarme.

Apago todo.

Simplemente, voy a cuidar el agua para el mate.


Cuando me amé de verdad, comprendí que en cualquier circunstancia, yo estaba en el lugar correcto y en el momento preciso.  Y, entonces, pude relajarme. Hoy sé que eso tiene nombre… autoestima.
Cuando me amé de verdad, pude percibir que mi angustia y mi sufrimiento emocional, no son sino señales de que voy contra mis propias verdades. Hoy sé que eso es… autenticidad.
Cuando me amé de verdad, dejé de desear que mi vida fuera diferente, y comencé a ver que todo lo que acontece contribuye a mi crecimiento. Hoy sé que eso se llama…madurez.
Cuando me amé de verdad, comencé a comprender por qué es ofensivo tratar de forzar una situación o a una persona, solo para alcanzar aquello que deseo, aún sabiendo que no es el momento o que la persona (tal vez yo mismo) no está preparada. Hoy sé que el nombre de eso es… respeto.
Cuando me amé de verdad, comencé a librarme de todo lo que no fuese saludable: personas y situaciones, todo y cualquier cosa que me empujara hacia abajo. Al principio, mi razón llamó egoísmo a esa actitud. Hoy sé que se llama… amor hacia uno mismo.
Cuando me amé de verdad, dejé de preocuparme por no tener tiempo libre y desistí de hacer grandes planes, abandoné los mega-proyectos de futuro. Hoy hago lo que encuentro correcto, lo que me gusta, cuando quiero y a mi propio ritmo. Hoy sé, que eso es… simplicidad.
Cuando me amé de verdad, desistí de querer tener siempre la razón y, con eso, erré muchas menos veces. Así descubrí la… humildad.
Cuando me amé de verdad, desistí de quedar reviviendo el pasado y de preocuparme por el futuro. Ahora, me mantengo en el presente, que es donde la vida acontece. Hoy vivo un día a la vez. Y eso se llama… plenitud.
Cuando me amé de verdad, comprendí que mi mente puede atormentarme y decepcionarme. Pero cuando yo la coloco al servicio de mi corazón, es una valiosa aliada. Y esto es… saber vivir!
No debemos tener miedo de cuestionarnos… Hasta los planetas chocan y del caos nacen las estrellas.

Charles Chaplin

Charles Chaplin

martes, 22 de octubre de 2013

SER HUMANO

Pareciera que todo está ahí, dentro y fuera de uno mismo, como una proyección, un deseo que se materializa, una imagen que se tridimensiona.
Si estás dispuesto a mirar, están ahí todas las respuestas, en frente de tus ojos.

Tengo una palabra clavada en mi mente SENTIDO.  Y todo lo que veo tiene que ver con eso, lo que escucho, lo que leo.

Acostumbro a hacer este ejercicio de pedirle a mis coachees que abran cualquier libro y sin forzar la vista, se dejen atraer por un párrafo particular (la suerte o el azar, para mí, no es más que el efecto de una causa que no se conoce.  Y si no existe una causa-efecto, debería ser la sincronía con una correspondencia también desconocida.  De cualquier forma, el azar, tal como lo conocemos, no tiene lugar en mi concepción del Universo)

Abro un ensayo en cualquier parte, este ensayo es "El existencialismo es un humanismo" (casi escribo "El humanismo es un existencialismo") de J.P. Sartre.

Esta parte cualquiera dice así:

"El quietismo es la actitud de la gente que dice: Los demás pueden hacer lo que yo no puedo. La doctrina que yo les presento es justamente lo opuesto al quietismo, porque declara: Sólo hay realidad en la acción. Y va más lejos todavía, porque agrega: El hombre no es nada más que su proyecto, no existe más que en la medida en que se realiza, no es, por lo tanto, más que el conjunto de sus actos, nada más que su vida. De acuerdo con esto, podemos comprender por qué nuestra doctrina horroriza a algunas personas.  Porque a menudo no tienen más que una forma de soportar su miseria, y es pensar así:
Las circunstancias han estado contra mí; yo valía mucho más de lo que he sido; evidentemente no he tenido un gran amor, o una gran amistad, pero es porque no he encontrado ni un hombre ni una mujer que fueran dignos; no he escrito buenos libros porque no he tenido tiempo para hacerlos; no he tenido hijos a quienes dedicarme, porque no he encontrado al hombre con el que podría haber realizado mi vida. Han quedado, pues, en mí, sin empleo, y enteramente viables, un conjunto de disposiciones, de inclinaciones, de posibilidades que me dan un valor que la simple serie de mis actos no permite inferir.
Ahora bien, en realidad, para el existencialismo, no hay otro amor que el que se construye, no hay otra posibilidad de amor que la que se manifiesta en el amor; no hay otro genio que el se manifiesta en las obras de arte; el genio de Proust es la totalidad de las obras de Proust; el genio de Racine es la serie de sus tragedias; fuera de esto no hay nada. ¿Por qué atribuir a Racine la posibilidad de escribir una nueva tragedia, puesto que precisamente no la ha escrito? Un hombre que se compromete en la vida dibuja su figura, y fuera de esta figura no hay nada. Evidentemente, este pensamiento puede parecer duro para aquel que ha triunfado en la vida. Pero, por otra parte, dispone a las gentes para comprender que sólo cuenta la realidad, que los sueños, las esperas, las esperanzas, permiten solamente definir a un hombre como sueño desilusionado, como esperanzas abortadas, como esperas inútiles; es decir que esto lo define negativamente y no positivamente; sin embargo, cuando se dice: tú no eres otra cosa que tu vida, esto no implica que el artista será juzgado solamente por sus obras de arte; miles de otras cosas contribuyen igualmente a definirlo. Lo que queremos decir es que el hombre no es más que una serie de empresas, que es la suma, la organización, el conjunto de las relaciones que constituyen estas empresas."

Vuelvo a abrirlo en otra parte:

"... hay otro sentido del humanismo que significa en el fondo esto: el hombre está continuamente fuera de sí mismo; es proyectándose y perdiéndose fuera de sí mismo como hace existir al hombre y, por otra parte, es persiguiendo fines trascendentales como puede existir; siendo el hombre este rebasamiento mismo, y no captando los objetos sino en relación a este rebasamiento, está en el corazón y en el centro de este rebasamiento.
Pic: El rincón de la ciencia y la tecnología
No hay otro universo que este universo humano, el universo de la subjetividad humana. Esta unión de la trascendencia, como constitutiva del hombre no en el sentido en que Dios es trascendente, sino en el sentido de rebasamiento y de la subjetividad en el sentido de que el hombre no está encerrado en sí mismo sino presente siempre en un universo humano, es lo que llamamos humanismo existencialista. Humanismo porque recordamos al hombre que no hay otro legislador que él mismo, y que es en el desamparo donde decidirá de sí mismo; y porque mostramos que no es volviendo hacia sí mismo, sino siempre buscando fuera de sí un fin que es tal o cual liberación, tal o cual realización particular, como el hombre se realizará precisamente como humano."

Tan particular Jean Paul.
Un abrazo.

lunes, 21 de octubre de 2013

El hombre en busca de sentido

Mucho se habló del eclipse de luna del 18 de octubre.  Leí en facebook cosas como estas:

"Eclipse Lunar en Aries y con luna llena en Libra ( & Jeshvan-Escorpio en el calendario Kabalístico) Este viene cargado con intensidad y posibles crisis existenciales. Este Eclipse Lunar moverá los sentimientos del pasado, los viejos hábitos y expectativas. Va a ser una montaña rusa de emociones y cuestionamientos del propósito de nuestras vidas e incluso de vidas pasadas."

Y pensé, ok, hace tiempo que vengo en eclipse de luna en aries, hace tiempo que vengo en la búsqueda de darle un sentido a mi vida.  Hablando de sentido, me pareció apropiado recordar "El hombre en busca de sentido" de Viktor Frankl.
Un libro que recomiendo leerlo de punta a punta, que comienza con un prefacio de Gordon W. Allport que dice así:


El Dr. Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos, más o menos importantes: "¿Por qué no se suicida usted?" Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia, que es la versión original del Dr. Frankl del moderno análisis existencial.
En esta obra, el Dr. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los bestiales campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. Sus padres, su hermano, incluso su esposa, murieron en los campos de concentración o fueron enviados a las cámaras de gas, de tal suerte que, salvo una hermana, todos perecieron. ¿Cómo pudo él —que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio—, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla ? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del Dr. Frankl tienen un tono profundamente honesto, pues se basan en experiencias demasiado hondas para ser falsas. Dado el cargo que hoy ocupa en la Facultad de Medicina de Viena y el renombre que han alcanzado las clínicas de logoterapia que actualmente van desarrollándose en los distintos países tomando como modelo su famosa Policlínica Neurológica de Viena, lo que el Dr. Frankl tiene que decir adquiere todavía mayor prestigio.
Es difícil no caer en la tentación de comparar la forma que el Dr. Frankl tiene de enfocar la teoría y la terapia con la obra de su predecesor, Sigmund Freud. Ambos doctores se aplican primordialmente a estudiar la naturaleza y cura de las neurosis.
Para Freud, la raíz de esta angustiosa enfermedad está en la ansiedad que se fundamenta en motivos conflictivos e inconscientes. Frankl diferencia varias formas de neurosis y descubre el origen de algunas de ellas (la neurosis noógena) en la incapacidad del paciente para encontrar significación y sentido de responsabilidad en la propia existencia. Freud pone de relieve la frustración de la vida sexual; para Frankl la frustración está en la voluntad intencional. Se da en la Europa actual una marcada tendencia a alejarse de Freud y una aceptación muy extendida del análisis existencial, que toma distintas formas más o menos afines, siendo una de ellas la escuela de logoterapia. Es característico del abierto talante de Frankl el no repudiar a Freud, antes bien construye sobre sus aportaciones; tampoco se enfrenta a las demás modalidades de la terapia existencial, sino que celebra gustoso su parentesco con ellas.
El presente relato, aun siendo breve, está elaborado con arte y garra. Yo lo he leído dos veces de un tirón, incapaz de desprenderme de su hechizo. En alguna parte, hacia la mitad del libro, Frankl presenta su propia filosofía de la logoterapia: lo hace como sin solución de continuidad y tan quedamente que sólo cuando ha terminado el libro el lector se percata de que está ante un ensayo profundo y no ante un relato más, forzosamente, sobre campos de concentración.
Es mucho lo que el lector aprende de este fragmento autobiográfico: aprende lo que hace un ser humano cuando, de pronto, se da cuenta de que no tiene "nada que perder excepto su ridícula vida desnuda". La descripción que hace Frankl de la mezcla de emociones y apatía que se agolpan en la mente es impresionante. Lo primero que acude en nuestro auxilio es una curiosidad, fría y despegada, por nuestro propio destino. A continuación, y con toda rapidez, se urden las estrategias para salvar lo que resta de vida, aun cuando las oportunidades de sobrevivir sean mínimas. El hambre, la humillación y la sorda cólera ante la injusticia se hacen tolerables a través de las imágenes entrañables de las personas amadas, de la religión, de un tenaz sentido del humor, e incluso de un vislumbrar la belleza estimulante de la naturaleza: un árbol, una puesta de sol.
Pero estos momentos de alivio no determinan la voluntad de vivir, si es que no contribuyen a aumentar en el prisionero la noción de lo insensato de su sufrimiento. Y es en este punto donde encontramos el tema central del existencialismo: vivir es sufrir; sobrevivir es hallarle sentido al sufrimiento. Si la vida tiene algún objeto, éste no puede ser otro que el de sufrir y morir. Pero nadie puede decirle a nadie en qué consiste este objeto: cada uno debe hallarlo por sí mismo y aceptar la responsabilidad que su respuesta le dicta. Si triunfa en el empeño, seguirá desarrollándose a pesar de todas las indignidades. Frankl gusta de citar a Nietzsche: "Quien tiene un porque para, vivir, encontrará casi siempre el como".
En el campo de concentración, todas las circunstancias conspiran para conseguir que el prisionero pierda sus asideros.
Todas las metas de la vida familiar han sido arrancadas de cuajo, lo único que resta es "la última de las libertades humanas", la capacidad de "elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias". Esta última libertad, admitida tanto por los antiguos estoicos como por los modernos existencialistas, adquiere una vivida significación en el relato de Frankl. Los prisioneros no eran más que hombres normales y corrientes, pero algunos de ellos al elegir ser "dignos de su sufrimiento" atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino.
Como psicoterapeuta que es, el autor quiere saber cómo se puede ayudar al hombre a alcanzar esta capacidad, tan diferenciadoramente humana, por otra parte. ¿Cómo puede uno despertar en un paciente el sentimiento de que tiene la responsabilidad de vivir, por muy adversas que se presenten las circunstancias? Frankl nos da cumplida cuenta de una sesión de terapia colectiva que mantuvo con sus compañeros de prisión.
A petición del editor, el Dr. Frankl ha añadido a su autobiografía una breve pero explícita exposición de los principios básicos de la logoterapia. Hasta ahora casi todas las publicaciones de esta "tercera escuela vienesa de psicoterapia" (son sus predecesoras las escuelas de Freud y Adler) se han editado preferentemente en alemán, de modo que el lector acogerá con agrado este suplemento del Dr. Frankl a su relato personal.
A diferencia de otros existencialistas europeos, Frankl no es ni pesimista ni antirreligioso; antes al contrario, para ser un autor que se enfrenta de lleno a la omnipresencia del sufrimiento y a las fuerzas del mal, adopta un punto de vista sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora.
Recomiendo calurosamente esta pequeña obrita, por ser una joya de la narrativa dramática centrada en torno al más profundo de los problemas humanos. Su mérito es tanto literario como filosófico y ofrece una precisa introducción al movimiento psicológico más importante de nuestro tiempo.

GORDON W. ALLPORT

Gordon W. Allport, antiguo profesor de psicología de la
Universidad de Harvard, fue uno de los escritores y docentes más
prestigiosos de los Estados Unidos. Publicó numerosas obras
originales sobre psicología y fue director del 'Journal of Abnormal
and Social Psycbology". Precisamente a través de la labor pionera
del profesor Allport la trascendental teoría del Dr. Frankl se ha
introducido en aquel país; más aún, el interés que ha despertado
la logoterapia ha crecido a pasos agigantados debido en parte a
su reputación.

viernes, 18 de octubre de 2013

Feliz día a todas las madres y "Cuidado Lázaro".


Es que, chicas, nadie nos enseña a ser mujeres, amigas, trabajadoras, amas de casa, esposas, madres.
De alguna forma podría sentirme identificada con un estilo de madre, pero no me pasa eso.  
Con una manera de hacer y decir.  Mmmtampoco, no me pasa eso de creer que soy una madre así de esa manera o de esta otra.  Soy autoritaria, a veces.  Soy liberal, a veces.  Soy besuquera, a veces.  Soy generosa, a veces.  Soy miedosa, a veces.  Soy desconfiada, a veces.  Soy divertida, a veces.  Soy estricta, a veces.  Soy despistada, muchas veces.  

Y hasta me sucede que tengo emociones opuestas en el mismo momento.
Estoy trabajando y estoy orgullosa de mostrarle el valor del trabajo, contenta por aportar a su crecimiento, feliz por darle el ejemplo de una mujer que busca y no se queda quieta.  Pero al mismo tiempo, exactamente en el mismo momento, también siento culpa cuando me mira y le digo:-"Ahora no, mamá está trabajando".  
Entonces, me persigue todo el tiempo la pregunta: ¿Estaré haciendo bien?.
Le pongo un límite, ¿Estaré haciendo bien? ¿Este límite lo necesita para crecer o le estoy cortando las alas? Le hablo fuerte, ¿Estaré haciendo bien? ¿Si le digo lo mismo de otra forma no me hace caso? ¿Probé otras formas? Otra vez la culpa.

Nadie me enseñó hasta dónde, improviso, me sorprendo de mí y de ella, claro.  Vacilo, es que no sé si lo que estoy haciendo puede lograr que su vida sea placentera.  
¿Y hasta dónde la cuido? 
¿Hasta dónde intervengo? 
¿Hasta dónde? 
¿Hasta dónde? 
Esa línea que marca el límite entre ella y yo, entre su vida y mi vida, entre lo que le pasa y no lo puedo evitar.  Esa linea, a veces, la veo muy claramente.  Otras se me pone borrosa.  Ahí es cuando dudo.  Cuando no sé y no sé y busco dentro mío y hago según mi intuición.


A veces me pasa que esa duda perdura y aunque siga mi corazonada me persigue un reflejo de incertidumbre.
Entonces la amo.  Cuando la amo, siento que va a estar bien.  Que ese instante es perfecto.  Que no puedo evitar su dolor.  Y que mi necesidad de control es por el miedo a que le pase algo que le duela.  Sí, soy madre, prefiero que me corten un brazo antes que le duela algo a mi pinina.  Cuando la amo acepto que aunque le diga cinco veces que se baje de ahí que se puede caer, ella se va a subir, y se sube igual si lo elije.  Y si se cae, voy a correr como una loca para abrazarla, porque cuando llora no hay mejor refugio que mis brazos. 
Ella lo sabe.  También sabe que hago lo mejor que puedo con lo que tengo y su presencia me transforma.  Todos los días.


FELIZ DIA A TODAS LAS MADRES.



CUIDADO LAZARO.

No corrás Lázaro, mirá para adelante cuando caminás… te vas
caer. Vení Lázaro agárrame la mano, no corrás. Quedate quieto
Lázaro, dejá de saltar.
Vení Lázaro que te abrocho la campera. Pará Lázaro, hace frío y te vas
a enfermar. No te saqués la ropa, levantate del piso que está frío. Lázaro
atendeme cuando te hablo, dejá de gritar Lázaro, no grités.
Dejá eso, levantate que te ensuciás la ropa. Lázaro te estoy hablando,
te estás ensuciando todo.
Andá a la hamaca Lázaro, hamácate un rato. Agarrate fuerte Lázaro,
no te vayas a caer. Así no, Lázaro, despacio. ¿Querés dar la vuelta entera?
Más despacio, Lázaro.
¿Adónde vas? No corrás. Dejá eso que te vas a lastimar, dejá eso.
Vení, vamos a cruzar la calle, esperá un poco Lázaro, agarrame la
mano. Prestá atención. ¿No ves que vienen autos? Ya cruzamos. Cuidado
con el perro, no lo toqués.
Tomá el chupetín, esperá que te lo pelo. Agarralo bien que no se te
caiga.
Vamos a cruzar rápido. No corrás con el chupetín en la boca. Lázaro
vení acá.
Lázaro haceme caso, dejá ese chupetín que se te cayó, está todo sucio.
Dejá ese perro.
Traelo Lázaro, dámelo, no llorés… no llorés, ahora te compro otro. No
llorés Lázaro, portate bien… tenés toda la boca pegajosa. Los nenes buenos
se portan bien. Lázaro dejá de llorar.
Mirá como el perro se come el chupetín.


de mi libro <<Manzanas Maduras y otros Relatos.>>, año 2009.

Abrazo.


jueves, 17 de octubre de 2013

Disciplina: naturalizando mi ser


Hoy vamos a conversar sobre disciplina.  Es algo en lo que estoy trabajando y me pareció buena idea compartir con ustedes esto que estoy aprendiendo.  La disciplina, me parece, es parte fundamental en tu desarrollo como escritor.

Esto no sucede sólo con la acción, primero hay una convicción.  No sólo se trata de escribir para ser escritor, primero tiene que haber una profunda CREENCIA, creer que se ES escritor.

Los maestros (y ahora me refiero a cualquier arte, deporte, oficio) están naturalizados de una forma especial con lo que hacen.  Esto que hacen ya forma parte de sí mismos, se entregan a una danza en el hacer que los moldea, les da forma.

Según mi interpretación, la acción deviene siempre del ser.  La acción no tiende al resultado, sino al ser, como si se tratara de la forma “visible” y última del ser.  La acción tiene que ver con un proceso, no con un momento.  El proceso de accionar comienza desde la creencia, desde la convicción.  Cuando termino por escribir es porque pasé por la creencia de que puedo escribir, que lo puedo hacer, por ejemplo.
Cuando hago sin creer estoy haciendo como, estoy actuando.  Este actuar no se sostiene en el tiempo si no hay un fundamento de fe.
Para SER ESCRITOR, primero tengo que CREER, luego la acción se desprende de este nuevo ser por añadidura, porque el SER hace, la creencia se manifiesta con acción.

Y si creo y lo hago todos los días, voy a perfeccionarme ilimitadamente.

Michael Phelps nadó todos los días y todos los días creyó en que era el mejor nadador.

Es el deportista olímpico más condecorado de la historia.

Posee los récords de:

  • más medallas olímpicas de oro (18). 
  • más medallas de oro en eventos individuales (11).
  • más medallas olímpicas en eventos individuales masculinos (13). 
  • plusmarquista mundial en piscina larga de los 100 metros mariposa.
  • plusmarquista mundial en piscina larga de los 200 metros mariposa.
  • plusmarquista mundial de los 400 metros combinado.
  • explusmarquista mundial de los 200 metros libre y combinado.

(plusmarquista es que se superaba a sí mismo, desde el 2001 en adelante superaba su propio record)
Michael Phelps ganó un total de 71 medallas en las grandes competiciones mundiales en piscina larga: 57 oros, 11 platas y 3 bronces, en lo que incluye Juegos Olímpicos, Campeonatos Mundiales y el Campeonato Pan-Pacífico. Fue reconocido como Nadador del año en seis ocasiones y Nadador Americano del año en ocho ocasiones.  Hay una calle con su nombre.

World Swimmer of the Year Award: 2003, 2004, 2006, 2007
American Swimmer of the Year Award: 2001, 2002, 2003, 2004, 2006, 2007
Golden Goggle Male Performance of the Year: 2004, 2006, 2007
Golden Goggle Relay Performance of the Year: 2006, 2007
Golden Goggle Male Athlete of the Year: 2004, 2007
ESPY Awards 2005|ESPY Best Olympic Performance: 2005
USOC Athlete of the Year Award: 2004
USSA Athlete of the Year Award: 2003
Campeón Mundial de Natación: 2003
James E. Sullivan Award: 2003
Teen Choice Awards - Male Athlete: 2005
Laureus World Sports Sportsman of the Year Award (Nominado): 2004, 2005, 2008
Miembro Olímpico de USA: 2000, 2004, 2008, 2012
Atletas con múltiples medallas olímpicas: 16
Récord de más medallas olímpicas obtenidas en un evento individual: 8
(Beijing 2008)
Calle 'The Michael Phelps Way' nombrada en homenaje a Michael Phelps: 2004

Michael Phelps
Escribí, escribí todos los días, todo el tiempo, mientras miras tv, mientras te bañás, mientras comés, mientras dormís la siesta.  Y también, paralelamente, creelo.  Cree que sos escritor.  Algún día vas a ver los resultados. 


Un abrazo.

viernes, 11 de octubre de 2013

El Jugador - Dostoyevski


Capítulo XII


La abuela estaba de humor impaciente e irritable; era evidente que la ruleta le había causado honda impresión. Estaba inatenta para todo lo demás, y en general, muy distraída; durante el camino, por ejemplo, no hizo una sola pregunta como las que había hecho antes. Viendo un magnífico carruaje que pasó junto a nosotros como una exhalación apenas levantó la mano y preguntó: "¿Qué es eso? ¿De quién?", pero sin atender por lo visto a mi respuesta. Su ensimismamiento se veía interrumpido de continuo por gestos y estremecimientos abruptos e impacientes. Cuando ya cerca del Casino le mostré desde lejos al barón y a la baronesa de Burmerhelm, los miró abstraída y dijo con completa indiferencia: "¡Ah!". Se volvió de pronto a Potapych y Marfa, que venían detrás, y les dijo secamente:
-Vamos a ver, ¿por qué me venís siguiendo? ¡No voy a traeros todas las veces! ¡Idos a casa! Contigo me basta -añadió dirigiéndose a mí cuando los otros se apresuraron a despedirse y volvieron sobre sus pasos.
En el Casino ya esperaban a la abuela. Al momento le hicieron sitio en el mismo lugar de antes, junto al crupier. Se me antoja que estos crupieres, siempre tan finos y tan empeñados en no parecer sino empleados ordinarios a quienes les da igual que la banca gane o pierda, no son en realidad indiferentes a que la banca pierda, y por supuesto reciben instrucciones para atraer jugadores y aumentar los beneficios oficiales; a este fin reciben sin duda premios y gratificaciones. Sea como fuere, miraban ya a la abuela como víctima. Acabó por suceder lo que veníamos temiendo. He aquí cómo pasó la cosa. La abuela se lanzó sin más sobre el zéro y me mandó apostar a él doce federicos de oro. Se hicieron una, dos, tres posturas... y el zéro no salió. " ¡Haz la puesta, hazla! "-decía la abuela dándome codazos de impaciencia. Yo obedecí.
-¿Cuántas puestas has hecho? -preguntó, rechinando los dientes de ansiedad.
-Doce, abuela. He apostado ciento cuarenta y cuatro federicos de oro. Le digo a usted que quizá hasta la noche...
-¡Cállate! -me interrumpió-. Apuesta al zéro y pon al mismo tiempo mil gulden al rojo. Aquí tienes el billete.
Salió el rojo, pero esta vez falló el zéro; le entregaron mil gulden.
-¿Ves, ves? -murmuró la abuela-. Nos han devuelto casi todo lo apostado. Apuesta de nuevo al zéro; apostaremos diez veces más a él y entonces lo dejamos.
Pero a la quinta vez la abuela acabó por cansarse.
-¡Manda ese zéro asqueroso a la porra! ¡Ahora pon esos cuatro mil gulden al rojo! -ordenó.
-¡Abuela, eso es mucho! ¿Y qué, si no sale el rojo? -le dije en tono de súplica; pero la abuela casi me molió a golpes. (En efecto, me daba tales codazos que parecía que se estaba peleando conmigo.) No había nada que hacer. Aposté al rojo los cuatro mil gulden que ganamos esa mañana. Giró la rueda. La abuela, tranquila y orgullosa, se enderezó en su silla sin dudar de que ganaría irremisiblemente.
-Zéro -anunció el crupier.
Al principio la abuela no comprendió; pero cuando vio que el crupier recogía sus cuatro mil gulden junto con todo lo demás que había en la mesa, y se dio cuenta de que el zéro, que no había salido en tanto tiempo y al que habíamos apostado en vano casi doscientos federicos de oro, había salido como de propósito tan pronto como ella lo había insultado y abandonado, dio un suspiro y extendió los brazos con gesto que abarcaba toda la sala. En torno suyo rompieron a reír.
-¡Por vida de ... ! ¡Conque ha asomado ese maldito! -aulló la abuela-. ¡Pero se habrá visto qué condenado! ¡Tú tienes la culpa! ¡Tú! -y se echó sobre mí con saña, empujándome-. ¡Tú me lo quitaste de la cabeza!
-Abuela, yo le dije lo que dicta el sentido común. ¿Acaso puedo yo responder de las probabilidades?
-¡Ya te daré yo probabilidades! -murmuró en tono amenazador-. ¡Vete de aquí!
-Adiós, abuela -y me volví para marcharme.
-¡Aleksei Ivanovich, Aleksei Ivanovich, quédate! ¿Adónde vas? ¿Pero qué tienes? ¿Enfadado, eh? ¡Tonto! ¡Quédate, quédate, no te sulfures! La tonta soy yo. Pero dime, ¿qué hacemos ahora?
-Abuela, no me atrevo a aconsejarla porque me echará usted la culpa. Juegue sola. Usted decide qué puesta hay que hacer y yo la hago.
- ¡Bueno, bueno! Pon otros cuatro mil gulden al rojo. Aquí tienes el monedero. Tómalos. -Sacó del bolso el monedero y me lo dio-. ¡Hala, tómalos! Ahí hay veinte mil rublos en dinero contante.
-Abuela -dije en voz baja-, una suma tan enorme...
-Que me muera si no gano todo lo perdido... ¡Apuesta! -Apostamos y perdimos.
-¡Apuesta, apuesta los ocho mil!
-¡No se puede, abuela, el máximo son cuatro mil!...
-¡Pues pon cuatro!
Esta vez ganamos. La abuela se animó. "¿Ves, ves? -dijo dándome con el codo-. ¡Pon cuatro otra vez!"
Apostamos y perdimos; luego perdimos dos veces más.
-Abuela, hemos perdido los doce mil -le indiqué.
-Ya veo que los hemos perdido -dijo ella con tono de furia tranquila, si así cabe decirlo-; lo veo, amigo, lo veo -murmuró mirando ante sí, inmóvil y como cavilando algo-. ¡Ay, que me muero si no ... ! ¡Pon otros cuatro mil gulden!
-No queda dinero, abuela. En la cartera hay unos certificados rusos del cinco por ciento y algunas libranzas, pero no hay dinero.
-¿Y en el bolso?
-Calderilla, abuela.
-¿Hay aquí agencias de cambio? Me dijeron que podría cambiar todo nuestro papel -preguntó la abuela sin pararse en barras.
- ¡Oh, todo el que usted quiera! Pero de lo que perdería usted en el cambio se asustaría un judío.
-¡Tontería! Voy a ganar todo lo perdido. Llévame. ¡Llama a esos gandules! 
Aparté la silla, aparecieron los cargadores y salimos del Casino. "¡De prisa, de prisa, de prisa!" -ordenó la abuela-. Enseña el camino, Aleksei Ivanovich, y llévame por el más corto... ¿Queda lejos?
-Está a dos pasos, abuela.
Pero en la glorieta, a la entrada de la avenida, salió a nuestro encuentro toda nuestra pandilla: el general, Des Grieux y mlle. Blanche con su madre. Polina Aleksandrovna no estaba con ellos, ni tampoco mister Astley.
-¡Bueno, bueno, bueno! ¡No hay que detenerse! -gritó la abuela-. Pero ¿qué queréis? ¡No tengo tiempo que perder con vosotros ahora!
Yo iba detrás. Des Grieux se me acercó.
-Ha perdido todo lo que había ganado antes, y encima doce mil gulden de su propio dinero. Ahora vamos a cambiar unos certificados del cinco por ciento -le dije rápidamente por lo bajo.
Des Grieux dio una patada en el suelo y corrió a informar al general. Nosotros continuamos nuestro camino con la abuela.
-¡Deténgala, deténgala! -me susurró el general con frenesí.
-¡A ver quién es el guapo que la detiene! -le contesté también con un susurro.
-¡Tía! -dijo el general acercándose-, tía... casualmente ahora mismo... ahora mismo... -le temblaba la voz y se le quebraba- íbamos a alquilar caballos para ir de excursión al campo... Una vista espléndida... una cúspide... veníamos a invitarla a usted.
-¡Quítate allá con tu cúspide! -le dijo con enojo la abuela, indicándole con un gesto que se apartara.
-Allí hay árboles... tomaremos el té... -prosiguió el general, presa de la mayor desesperación.
-Nous boirons du lait, sur l'herbe fraîche -agregó Des Grieux con vivacidad brutal.
Du laít, de I'herbe fraiche -esto es lo que un burgués de París considera como lo más idílico; en esto consiste, como es sabido, su visión de "la nature et la vérité".
-¡Y tú también, quítate allá con tu leche! ¡Bébetela tú mismo, que a mí me da dolor de vientre. ¿Y por qué me importunáis? -gritó la abuela-. He dicho que no tengo tiempo que perder.
-¡Hemos llegado, abuela! -dije-. Es aquí.
Llegamos a la casa donde estaba la agencia de cambio. Entré a cambiar y la abuela se quedó a la puerta. Des Grieux, el general y mademoiselle Blanche se mantuvieron apartados sin saber qué hacer. La abuela les miró con ira y ellos tomaron el camino del Casino.
Me propusieron una tarifa de cambio tan atroz que no me decidí a aceptarla y salí a pedir instrucciones a la abuela.
-¡Qué ladrones! -exclamó levantando los brazos-. ¡En fin, no hay nada que hacer! ¡Cambia! -gritó con resolución-. Espera, dile al cambista que venga aquí.
-¿Uno cualquiera de los empleados, abuela?
-Cualquiera, da lo mismo. ¡Qué ladrones!
El empleado consintió en salir cuando supo que quien lo llamaba era una condesa anciana e impedida que no podía andar. La abuela, muy enojada, le reprochó largo rato y en voz alta por lo que consideraba una estafa y estuvo regateando con él en una mezcla de ruso, francés y alemán, a cuya traducción ayudaba yo. El empleado nos miraba gravemente, sacudiendo en silencio la cabeza. A la abuela la observaba con una curiosidad tan intensa que rayaba en descortesía. Por último, empezó a sonreírse.
-¡Bueno, andando! -exclamó la abuela-. ¡Ojalá se le atragante mi dinero! Que te lo cambie Aleksei Ivanovich; no hay tiempo que perder, y además habría que ir a otro sitio...
-El empleado dice que otros darán menos.
No recuerdo con exactitud la tarifa que fijaron, pero era horrible. Me dieron un total de doce mil florines en oro y billetes. Tomé el paquete y se lo llevé a la abuela.
-Bueno, bueno, no hay tiempo para contarlo -gesticuló con los brazos-, ¡de prisa, de prisa, de prisa! Nunca más volveré a apostar a ese condenado zéro; ni al rojo tampoco -dijo cuando llegábamos al Casino.
Esta vez hice todo lo posible para que apostara cantidades más pequeñas, para persuadirla de que cuando cambiara la suerte habría tiempo de apostar una cantidad considerable. Pero estaba tan impaciente que, si bien accedió al principio, fue del todo imposible refrenarla a la hora de jugar. No bien empezó a ganar posturas de diez o veinte federicos de oro, se puso a darme con el codo:
-¡Bueno, ya ves, ya ves! Hemos ganado. Si en lugar de diez hubiéramos apostado cuatro mil, habríamos ganado cuatro mil. ¿Y ahora qué? ¡Tú tienes la culpa, tú solo!
Y aunque irritado por su manera de jugar, decidí por fin callarme y no darle más consejos.
De pronto se acercó Des Grieux. Los tres estaban allí al lado. Yo había notado que mademoiselle Blanche se hallaba un poco aparte con su madre y que coqueteaba con el príncipe. El general estaba claramente en desgracia, casi postergado. Blanche ni siquiera le miraba, aunque él revoloteaba en torno a ella a más y mejor. ¡Pobre general! Empalidecía, enrojecía, temblaba y hasta apartaba los ojos del juego de la abuela. Blanche y el principito se fueron por fin y el general salió corriendo tras ellos.
-Madame, madame -murmuró Des Grieux con voz melosa, casi pegándose al oído de la abuela-. Madame, esa apuesta no resultará... no, no, no es posible... -dijo chapurreando el ruso-, ¡no!
-Bueno, ¿cómo entonces? ¡Vamos, enséñeme! -contestó la abuela, volviéndose a él. De pronto Des Grieux se puso a parlotear rápidamente en francés, a dar consejos, a agitarse; dijo que era preciso anticipar las probabilidades, empezó a citar cifras... la abuela no entendía nada. Él se volvía continuamente a mí para que tradujera; apuntaba a la mesa y señalaba algo con el dedo; por último, cogió un lápiz y se dispuso a apuntar unos números en un papel. La abuela acabó por perder la paciencia.
-¡Vamos, fuera, fuera! ¡No dices más que tonterías! "Madame, madame" y ni él mismo entiende jota de esto. ¡Fuera!
-Mais, madame -murmuró Des Grieux, empezando de nuevo a empujar y apuntar con el dedo.
-Bien, haz una puesta como dice -me ordenó la abuela-. Vamos a ver: quizá salga en efecto.
Des Grieux quería disuadirla de hacer posturas grandes. Sugería que se apostase a dos números, uno a uno o en grupos. Siguiendo sus indicaciones puse un federico de oro en cada uno de los doce primeros números impares, cinco federicos de oro en los números del doce al dieciocho y cuatro del dieciocho al veinticuatro. En total aposté dieciséis federicos de oro.
Giró la rueda. "Zéro" -gritó el banquero. Lo perdimos todo.
-¡Valiente majadero! -exclamó la abuela dirigiéndose a Des Grieux-. ¡Vaya franchute asqueroso! ¡Y el monstruo se las da de consejero! ¡Fuera, fuera! ¡No entiende jota y se mete donde no le llaman!
Des Grieux, terriblemente ofendido, se encogió de hombros, miró despreciativamente a la abuela y se fue. A él mismo le daba vergüenza de haberse entrometido, pero no había podido contenerse.
Al cabo de una hora, a pesar de nuestros esfuerzos, lo perdimos todo.
-¡A casa! -gritó la abuela.
No dijo palabra hasta llegar a la avenida. En ella, y cuando ya llegábamos al hotel, prorrumpió en exclamaciones:
-¡Qué imbécil! ¡Qué mentecata! ¡Eres una vieja, una vieja idiota!
No bien llegamos a sus habitaciones gritó: " ¡Que me traigan té, y a prepararse en seguida, que nos vamos!".
-¿Adónde piensa ir la señora? -se aventuró a preguntar Marfa.
-¿Y a ti qué te importa? Cada mochuelo a su olivo. Potapych, prepáralo todo, todo el equipaje. ¡Nos volvemos a Moscú! He despilfarrado quince mil rublos.
-¡Quince mil, señora! ¡Dios mío! -exclamó Potapych, levantando los brazos con gesto conmovedor, tratando probablemente de ayudar en algo.
-¡Bueno, bueno, tonto! ¡Ya ha empezado a lloriquear! ¡Silencio! ¡Prepara las cosas! ¡La cuenta, pronto, hala!
-El próximo tren sale a las nueve y media, abuela -indiqué yo para poner fin a su arrebato.
-¿Y qué hora es ahora?
-Las siete y media.
-¡Qué fastidio! En fin, es igual. Aleksei Ivanovich, no me queda un kopek. Aquí tienes estos dos billetes. Ve corriendo al mismo sitio y cámbialos también. De lo contrario no habrá con qué pagar el viaje.
Salí a cambiarlos. Cuando volví al hotel media hora después encontré a toda la pandilla en la habitación de la abuela. La noticia de que ésta salía inmediatamente para Moscú pareció inquietarles aún más que la de las pérdidas de juego que había sufrido. Pongamos, sí, que su fortuna se salvaba con ese regreso, pero ¿qué iba a ser ahora del general? ¿Quién iba a pagar a Des Grieux? Por supuesto, mademoiselle Blanche no esperaría hasta que muriera la abuela y escurriría el bulto con el príncipe o con otro cualquiera. Se hallaban todos ante la anciana, consolándola y tratando de persuadirla.
Tampoco esta vez estaba Polina presente. La abuela les increpaba con furia.
-¡Dejadme en paz, demonios! ¿A vosotros qué os importa? ¿Qué quiere conmigo ese barba de chivo? -gritó a Des Grieux-. ¿Y tú, pájara, qué necesitas? -dijo dirigiéndose a mademoiselle Blanche-. ¿A qué viene ese mariposeo?
-¡Diantre! -murmuré mademoiselle Blanche con los ojos brillantes de rabia; pero de pronto lanzó una carcajada y se marchó.
-Elle vivra cent ans! -le gritó al general desde la puerta.
-¡Ah!, ¿conque contabas con mi muerte? -aulló la abuela al general-. ¡Fuera de aquí! ¡Échalos a todos, Aleksei Ivanovich! ¿A ellos qué les importa? ¡Me he jugado lo mío, no lo vuestro!
El general se encogió de hombros, se inclinó y salió. Des Grieux se fue tras él.
-Llama a Praskovya -ordenó la abuela a Marfa.
Cinco minutos después Marfa volvió con Polina. Durante todo este tiempo Polina había permanecido en su cuarto con los niños y, al parecer, había resuelto no salir de él en todo el día. Su rostro estaba grave, triste y preocupado.
-Praskovya -comenzó diciendo la abuela-, ¿es cierto lo que he oído indirectamente, que ese imbécil de padrastro tuyo quiere casarse con esa gabacha frívola? ¿Es actriz, no? ¿O algo peor todavía? Dime, ¿es verdad?
-No sé nada de ello con certeza, abuela -respondió Colina-, pero, a juzgar por lo que dice la propia mademoiselle Blanche, que no estima necesario ocultar nada, saco la impresión...
-¡Basta! -interrumpió la abuela con energía-. Lo comprendo todo. Siempre he pensado que le sucedería algo así, y siempre le he tenido por hombre superficial y liviano. Está muy pagado de su generalato (al que le ascendieron de coronel cuando pasó al retiro) y no hace más que pavonearse. Yo, querida, lo sé todo; cómo enviasteis un telegrama tras otro a Moscú preguntando "si la vieja estiraría pronto la pata". Esperaban la herencia; porque a él, sin dinero, esa mujerzuela, ¿cómo se llama, de Cominges? no le aceptaría ni como
lacayo, mayormente cuando tiene dientes postizos. Dicen que ella tiene un montón de dinero que da a usura y que ha amasado una fortuna. A ti, Praskovya, no te culpo; no fuiste tú la que mandó los telegramas; y de lo
pasado tampoco quiero acordarme. Sé que tienes un humorcillo ruin, ¡una avispa! que picas hasta levantar verdugones, pero te tengo lástima porque quería a tu madre Katerina, que en paz descanse. Bueno, ¿te animas? Deja todo esto de aquí y vente conmigo. En realidad no tienes donde meterte; y ahora es indecoroso que estés con ellos. ¡Espera -interrumpió la abuela cuando Polina iba a contestar-, que no he acabado todavía! No te exigiré nada.
Tengo casa en Moscú, como sabes, un palacio donde puedes ocupar un piso entero y no venir a verme durante semanas y semanas si no te gusta mi genio. ¿Qué, quieres o no?
-Permita que le pregunte primero si de veras quiere usted irse en seguida.
-¿Es que estoy bromeando, niña? He dicho que me voy y me voy. Hoy he despilfarrado quince mil rublos en vuestra condenada ruleta. Hace cinco años hice la promesa de reedificar en piedra, en las afueras de Moscú, una iglesia de madera, y en lugar de eso me he jugado el dinero aquí. Ahora nina, me voy a construir esa iglesia.
-¿Y las aguas, abuela? Porque, al fin y al cabo, vino usted a beberlas.
-¡Quítate allá con tus aguas! No me irrites, Praskovya. Lo haces adrede, ¿no es verdad? Dime, ¿te vienes o no?
-Le agradezco mucho, pero mucho, abuela -dijo Polina emocionada-, el refugio que me ofrece. En parte ha adivinado mi situación. Le estoy tan agradecida que, créame, iré a reunirme con usted y quizá pronto; pero ahora de momento hay motivos... importantes... y no puedo decidirme en este instante mismo. Si se quedara usted un par de semanas más...
-Lo que significa que no quieres,
-Lo que significa que no puedo. En todo caso, además, no puedo dejar a mi hermano y mi hermana, y como... como... como efectivamente puede ocurrir que queden abandonados, pues ... ; si nos recoge usted a los pequeños y a mí, abuela, entonces sí, por supuesto, iré a reunirme con usted, ¡y créame que haré merecimientos para ello! -añadió con ardor-; pero sin los niños no puedo.
-Bueno, no gimotees (Polina no pensaba en gimotear y no lloraba nunca); ya encontraremos también sitio para esos polluelos: un gallinero grande. Además, ya es hora de que estén en la escuela. ¿De modo que no te vienes ahora?
Bueno, mira, Praskovya, te deseo buena suerte, pues sé por qué no te vienes.
Lo sé todo, Praskovya. Ese franchute no procurará tu bien.
Polina enrojeció. Yo por mi parte me sobresalté. (¡Todos lo saben! ¡Yo soy, pues, el único que no sabe nada!).
-Vaya, vaya, no frunzas el entrecejo. No voy a cotillear. Ahora bien, ten cuidado de que no ocurra nada malo, ¿entiendes? Eres una chica lista; me daría lástima de ti. Bueno, basta. Más hubiera valido no haberos visto a ninguno de vosotros. ¡Anda, vete! ¡Adiós!
-Abuela, la acompañaré a usted -dijo Polina.
-No es preciso, déjame en paz; todos vosotros me fastidiáis.
Polina besó la mano a la abuela, pero ésta retiró la mano y besó a Polina en la mejilla.
Al pasar junto a mí,- Polina me lanzó una rápida ojeada y en seguida apartó los ojos.
-Bueno, adiós a ti también, Aleksei Ivanovich. Sólo falta una hora para la salida del tren. Pienso que te habrás cansado de mi compañía. Vamos, toma estos cincuenta federicos de oro.
-Muy agradecido, abuela, pero me da vergüenza...
-¡Vamos, vamos! -gritó la abuela, pero en tono tan enérgico y amenazador que no me atreví a objetar y tomé el dinero.
-En Moscú, cuando andes sin colocación, ven a verme. Te recomendaré a alguien. ¡Ahora, fuera de aquí!
Fui a mi habitación y me eché en la cama. Creo que pasé media hora boca arriba, con las manos cruzadas bajo la cabeza. Se había producido ya la catástrofe y había en qué pensar. Decidí hablar en serio con Polina al día siguiente. ¡Ah, el franchute! ¡Así, pues, era verdad! ¿Pero qué podía haber en ello? ¿Polina y Des Grieux? ¡Dios, qué pareja!
Todo ello era sencillamente increíble. De pronto di un salto y salí como loco en busca de Mister Astley para hacerle hablar fuera como fuera. Por supuesto que de todo ello sabía más que yo. ¿Mister Astley? ¡He ahí otro misterio para mí!
Pero de repente alguien llamó a mi puerta. Miré y era Potapych.
-Aleksei Ivanovich, la señora pide que vaya usted a verla.
-¿Qué pasa? ¿Se va, no? Faltan todavía veinte minutos para la salida del tren.
-Está intranquila; no puede estarse quieta. "¡De prisa, de prisa! ", es decir, que viniera a buscarle a usted. Por Dios santo, no se retrase.
Bajé corriendo al momento. Sacaban ya a la abuela al pasillo. Tenía el bolso en la mano.
-Aleksei Ivanovich, ve tú delante, ¡andando!
-¿Adónde, abuela?
-¡Que me muera si no gano lo perdido! ¡Vamos, en marcha, y nada de preguntas! ¿Allí se juega hasta medianoche?
Me quedé estupefacto, pensé un momento, y en seguida tomé una decisión.
-Haga lo que le plazca, Antonida Vasilyevna, pero yo no voy.
-¿Y eso por qué? ¿Qué hay de nuevo ahora? ¿Qué mosca os ha picado?
-Haga lo que guste, pero después yo mismo me reprocharía, y no quiero hacerlo. No quiero ser ni testigo ni participante. ¡No me eche usted esa carga encima, Antonida Vasilyevna! Aquí tiene sus cincuenta federicos de oro. ¡Adiós!
-y poniendo el paquete con el dinero en la mesita junto a la silla de la abuela, saludé y me fui.
-¡Valiente tontería! -exclamó la abuela tras mí-; pues no vayas, que quizá yo misma encuentre el camino. ¡Potapych, ven conmigo! ¡A ver, levantadme y andando!
No hallé a Mister Astley y volví a casa. Más tarde, a la una de la madrugada, supe por Potapych cómo acabó el día de la abuela. Perdió todo lo que poco antes yo le había cambiado, es decir, diez mil rublos más en moneda rusa. En el casino se pegó a sus faldas el mismo polaquillo a quien antes había dado dos federicos de oro, y quien estuvo continuamente dirigiendo su juego. Al principio, hasta que se presentó el polaco, mandó hacer las posturas a Potapych, pero pronto lo despidió; y fue entonces cuando asomó el polaco.
Para mayor desdicha, éste entendía el ruso e incluso chapurreaba una mezcla de tres idiomas, de modo que hasta cierto punto se entendían. La abuela no paraba de insultarle sin piedad, aunque él decía de continuo que "se ponía a los pies de la señora".
-Pero ¿cómo compararle con usted, Aleksei Ivanovich? -decía Potapych-. A usted la señora le trataba exactamente como a un caballero, mientras que ése -mire, lo vi con mis propios ojos, que me quede en el sitio si miento- estuvo robándole lo que estaba allí mismo en la mesa; ella misma le cogió con las manos en la masa dos veces. Le puso como un trapo, con todas las palabras habidas y por haber, y hasta le tiró del pelo una vez, así como lo oye usted, que no miento, y todo el mundo alrededor se echó a reír. Lo perdió todo, señor, todo lo que tenía, todo lo que usted había cambiado. Trajimos aquí a la señora, pidió de beber sólo un poco de agua, se santiguó, y a su camita. Estaba rendida, claro, y se durmió en un tris. ¡Que Dios le haya mandado sueños de ángel! ¡Ay, estas tierras de extranjis! -concluyó Potapych-. ¡Ya decía yo que traerían mala suerte! ¡Cómo me gustaría estar en nuestro Moscú cuanto antes! ¡Y como si no tuviéramos una casa en Moscú! Jardín, flores de las que aquí no hay, aromas, las manzanas madurándose, mucho sitio... ¡Pues nada: que teníamos que ir al extranjero! ¡Ay, ay, ay!