jueves, 31 de octubre de 2013

Viejo verano debajo de la parra

Para mi lo más lindo de contar una anécdota es el retorno.  Cuando contamos una historia, la propia, a medida que nos vamos adentrando vamos re-descubriendo sonidos, palabras, aromas.
Mi papá escuchaba cumbia.  Agarrate Catalina, los recuerdos que tengo para contarte.  Escuchaba cumbia, mucha y muy alto, con el volumen muy fuerte.  Me sabía las letras de las canciones de Miguel "Conejito" Alejandro, Karicia, entre otros inmortales del ritmo.
Mi viejo tenía unos "bafles", así les llamaba él, marrones, enormes -claro, en ese momento los veía muy altos, deberían tener un metro de alto- que sonaban como locos y todo el barrio sabía cuando papi quería escuchar "Los Palmeras" o "Los Guaguancó".
Ma-mi-ta.
Para recordar, recordemos con ganas.  Aquí les presento un clásico de esos tiempos: El Cuarteto Imperial.
Sería interesante que continúes leyendo lo que viene más abajo con esta música de fondo y volvemos unos veinticinco años para atrás, debajo de la parra del patio:





-"Escuchá Avispi, escuchá Abeji".  Ahí nomás mi viejo apretaba los dientes, se mordía el labio y cogoteaba para delante.  Yo permacía sentada en una sillita de madera amarilla, él, simulaba tener un güiro invisible y me hacía el sonido con la boca: tsh, tsh, tsh, tsh, tsh, tsh.
-"¡¡Bajá eso Julio!! -mi mamá- ¡Ya empezaste con la música! Es la hora de la siesta, la gente está durmiendo, chee".
Y papi que no quería saber nada, no le importaba si era la hora de la siesta, ni el calor que hacía, ni si el mundo se podía venir abajo.  El quería escuchar su Cuarteto Imperial.  A unas pocas cuadras del pueblo retumbaban los bafles de Julio.
Temblaban las uvas de la parra azotadas por el calor, maduras.  Colgaba de un alambre la rejilla-parrilla, con algunas brasas del domingo.  Retumbaban los ladrillos gastados del patio, casi verdes, casi rojos.
-"Dejalo, Celia -la nona- dejalo que escuche"... y cabeceaba hacia mi viejo, negando no se qué cosa, haciendo un movimiento con la mano que no se entendía, una mezcla entre "dejalo" y "Que Dios nos libre y nos guarde".
La nona encendía el lavarropas, un tambor de chapa que se zarandeaba todo el día.  La perra Colita que se echaba en la sombra.
Entonces mi papá se aburría y cambiaba a Sebastián:




Este tema era uno de sus preferidos.  La sonrisa se le dibujaba en el medio de la cara.  Los dientes le brillaban de alegría, cantaba y sacudía su cadera.  Aplaudía.  Lo bailaba como él quería.  Lo aplaudía.
Este tema me lleva, de pronto, al club.  Yo me quedaba con los otros chicos jugando por ahí a la mancha o a la escondida, mientras los grandes bailaban en ronda.  Cuando paraba para tomar un poco de aire o un vaso de Coca lo veía a mi viejo, sobresaliendo, marcando el pulso.  Todas querían bailar con mi papá, y él, sí, él bailaba con todas.  Yo era chica, hoy me doy cuenta que de su cuerpo "salían chispas", en esos momentos de baile toda su humanidad le encantaba a las mujeres.  Los momentos felices generan un especial interés en las personas que nos rodean.  El era feliz en las pistas.

Me había comprometido con José y Mario a darle un toque de humor, lo quise hacer al principio... terminó en nostalgia.
Lo dejo así, lo dejo como salió.  Me perdono por no atender a la consigna.

¿Cómo termina esta historia? Luego de esta infancia con tanta cumbia, mis hermanas bailan Salsa y a mí me gusta el Rock.
Mi viejo sigue bailando cumbia, un poco más gordo y aunque viejo, sigue encantando a las mujeres.

Un abrazo.

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