jueves, 4 de febrero de 2016

#42 Hábito: Abro un libro



En cualquier parte.  Cualquier libro.  Si es uno con las hojas amarillas, mejor.
Abro un libro en cualquier parte para encontrarme leyendo en cualquier párrafo.
Esta práctica hace que generalmente asocie lo que estoy leyendo con alguna situación personal, alguna inquietud, cuestionamiento, algún pensamiento recurrente.

Funciona en mí algo así como la suerte del sermón de misa (justamente en la parte en que uno dice "¡Me está hablando a mí! ¡El cura me está hablando a mí!" a lo que le sigue "¿Quién habló con el cura? ¿Quién le dijo lo que me estaba pasando?") 

Nadie habló con el cura y el sermón no estaba seleccionado especialmente para uno, pero así se siente por esta hermosa capacidad de relacionar que tenemos y como todo está íntimamente ligado (digo íntimo, digo interno, digo en la parte esencial de todas las cosas) nos da la sensación que nos viene justo el sermón.  En realidad, lo que hacemos es relacionar lo que nos pasa con esas palabras que cobran sentido de acuerdo a nuestra interpretación, valoración y el significante que le otorgamos a esas palabras.

Aquí abro un libro, no sé por qué motivo lo elijo, uno de Hemigway.  Nos dice lo siguiente y como dijo el gaucho: al que le quepa el poncho que se lo ponga:

"-Buenas noches, Mist´Gordon.  ¿Qué va usted a tomar?
-No sé -contestó Richard Gordon.
-No tiene usted buena cara.  ¿Qué le pasa? ¿No se siente bien?
-No.
-Le voy a servir algo que le pondrá como un reloj.  ¿Ha probado alguna vez el ajenjo español, el ojén?
-Venga uno, dijo Gordon.
-Se sentirá usted muy bien.  Estará dispuesto a pelearse con cualquiera.  Un ojén español especial para Mista Gordon.
De pie ante el mostrador, tomó tres copas de ojén, pero no se sintió mejor.  No sintió ninguna diferencia después de haber tomado el opaco y dulzón licor que sabía a regaliz.
-Deme alguna otra cosa -dijo al mozo.
-¿Qué le pasa? -intervino el propietario-. ¿No le gusta el ojén especial? ¿No se siente bien?
-No.
-Tenga cuidado con lo que beba después del ojén.
-Deme un whisky sin agua.
El whisky calentó la lengua y el fondo de la garganta, pero no le cambió los pensamientos.  De pronto, al verse en el espejo que había detrás del mostrador, comprendió que con beber no iba a conseguir nada.  Que lo que sentía lo iba a seguir sintiendo y que, aunque bebiera hasta caer inconsciente, seguiría sintiéndolo al volver en sí".

Extraído del libro "Tener y no tener" de Hemingway.


Cariños y hasta mañana.


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