martes, 6 de agosto de 2013

Me dejo volver y vuelvo como pie.

Y estoy otra vez, de vuelta.  No creo que me haya ido, en realidad sólo andaba mirando otras partes de mí misma.
Todavía no tengo la práctica de llamar a estas partes por momentos breves.
Tener disponibles a todas las Anas en todo momento, llamarlas a escena cuando requiera de cada una, es lo que estoy practicando.  Me parece que tengo que practicar el desapego, resulta que me enamoro de cada Ana y me cuesta dejarlas mientras las habito.  Y sí, mi querer es intenso.
Aquí estoy.  Me sigo sorprendiendo como una cosa me lleva a la otra, y la segunda a una tercera.
Claro que esto no es tan ordenado ni lógico.  Entonces, una quinta me lleva a una séptima y una tercera a una octava.
No entiendo nada de música, sin embargo intuyo armonía en lo que sucede.  Sólo la intuyo.

Siguiendo con esta armonía, hoy postié en Facebook un poema de Neruda: "Al pie desde su niño".
Dice así:

El pie del niño aún no sabe que es pie,
y quiere ser mariposa o manzana.

Pero luego los vidrios y las piedras,
las calles, las escaleras,
y los caminos de la tierra dura
van enseñando al pie que no puede volar,
que no puede ser fruto redondo en una rama.
El pie del niño entonces
fue derrotado, cayó
en la batalla,
fue prisionero,
condenado a vivir en un zapato.

Poco a poco sin luz
fue conociendo el mundo a su manera,
sin conocer el otro pie, encerrado,
explorando la vida como un ciego.

Aquellas suaves uñas
de cuarzo, de racimo,
se endurecieron, se mudaron
en opaca substancia, en cuerno duro,
y los pequeños pétalos del niño
se aplastaron, se desequilibraron,
tomaron formas de reptil sin ojos,
cabezas triangulares de gusano.
Y luego encallecieron,
se cubrieron
con mínimos volcanes de la muerte,
inaceptables endurecimientos.

Pero este ciego anduvo
sin tregua, sin parar
hora tras hora,
el pie y el otro pie,
ahora de hombre
o de mujer,
arriba,
abajo,
por los campos, las minas,
los almacenes y los ministerios,
atrás,
afuera, adentro,
adelante,
este pie trabajó con su zapato,
apenas tuvo tiempo
de estar desnudo en el amor o el sueño,
caminó, caminaron
hasta que el hombre entero se detuvo.

Y entonces a la tierra
bajó y no supo nada,
porque allí todo y todo estaba oscuro,
no supo que había dejado de ser pie,
si lo enterraban para que volara
o para que pudiera
ser manzana.



¿Cómo sería ser pie?  Me pregunto si vivimos como un pie, que no sabe lo que está pasando, que vive en lo oscuro, en su calzado.  Y si en la recta final, nada tiene más valor que ser lo que sueña.  Ya no importa el deber ser, lo único que existe es lo que desea ser.





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