Volví a ese tiempo en que Papá Noel me traía regalos y creo que ese año me trajo la bici con rueditas.
Todos los días jugaba a algo nuevo y mi atención estaba en la cascarita que tenía en la rodilla. Que me picaba y ¡Santo Dios!, qué tentación era rascarla cuidando que no se saliera del todo, que quedara enganchada por el medio.
Y qué terrible placer era sacarme las cascaritas, sin hacerle caso a mi madre que me decía que no lo haga, que me podía quedar la marca blanca para siempre.
Este viaje en el tiempo timoneado por Francisco Vladimir, hizo posible mi conexión con lo fantástico, con lo asombroso.
De este encuentro me quedo con algunas preguntas que me gustaría compartir:
Francisco sabía que no era humano, no renegaba de su dependencia, más bien parecía agradecido. Agradecido con la persona que por estar detrás de él, hace que exista.
Entonces me pregunto: ¿Soy agradecida con las personas que hacen a mi existencia?
También me dijo Francisco, que se sorprende con las pequeñas historias que contienen universos. Me pregunto ¿Qué universos no estoy viendo en una conversación? ¿Tengo en cuenta que las personas contienen universos? ¿Tengo en cuenta que estos universos a veces conviven, se rozan, se saludan o se pelean? En este mar de universos que somos podemos odiar y amar lo mismo y en el mismo instante.
Le pregunté a Francisco, también, para qué escribía, y él seguía y seguía y seguía enumerando sus para qué.
A veces, la respuesta no parece precisa, ni certera. Como si las palabras no pertenecieran del todo a ese mundo, al del escritor me refiero.
Sólo "decir", "contar", "transmitir" no bastan.
A lo que me pregunto, ¿Qué sucede con el escritor? ¿Qué nos sucede cuando escribimos?.
Gracias Francisco por tu tiempo, por mostrarme tu vida atada a una mano, tu vida de servicio.
Una vida escasa, intermitente, pero llena de magia.
Si querés ver la entrevista, hacé click aquí.
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