sábado, 22 de febrero de 2014

Estamos solos e incomunicados.


Estoy leyendo este libro maravilloso de Aldous Huxley: Las puertas de la percepción.
Aquí les quiero compartir un pasaje que, según mi parecer, nos acerca a esa "soledad" que creemos apalear cuando estamos acompañados pero, como sabemos, es innegable.  Estar con otro y desear entenderlo, querer comprenderlo:  un juego de la ilusión.  Los otros son los otros.



"Vivimos juntos y actuamos y reaccionamos los unos sobre los otros, pero siempre, en todas las circunstancias, estamos solos.  Los mártires entran en el circo tomados de la mano, pero son crucificados aisladamente.  Abrazados, los amantes tratan desesperadamente de fusionar sus aislados éxtasis en una sola autotrascendencia, pero es en vano.  Por su misma naturaleza, cada espíritu con una encarnación está condenado a padecer y gozar en la soledad.  Las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías son siempre cosas privadas y, salvo por medio de símbolos y de segunda mano, incomunicables.  Podemos formar un fondo común de información sobre experiencias, pero no de las experiencias mismas.  De la familia de la nación, cada grupo humano es una sociedad de universos islas.

La mayoría de los universos islas tienen las suficientes semejanzas entre sí para permitir la comprensión por inferencia o hasta la empatía o "dentro del sentimiento".  Así, recordando nuestras propias aflicciones y humillaciones, podemos condoler de otros en análogas circunstancias, podemos ponernos -siempre, desde luego, un poco al estilo Pickwick- en su lugar.  Pero en ciertos casos, la comunicación entre universos es incompleta o hasta inexistente.  La inteligencia es su propio lugar y los lugares habitados por los insanos y los excepcionalmente dotados son tan diferentes de aquellos en que viven los hombres y mujeres corrientes, que hay poco o ningún terreno común de memoria que pueda servir de base para la comprensión o la comunicación de sentimientos.  Se pronuncian palabras, pero son las palabras que no ilustran.  Las cosas y acontecimientos a que los símbolos hacen referencia pertenecen a campos de experiencia que se excluyen mutuamente.

Vernos a nosotros mismos como los demás nos ven es un don en extremo conveniente.  Apenas es menos importante la capacidad de ver a los demás como ellos mismos se ven.  Pero ¿Qué pasa si los demás pertenecen a una especie distinta y habitan en un universo radicalmente extraño? Por ejemplo ¿Cómo puede el cuerdo llegar a saber lo que realmente se siente cuando se está loco? O, amenos que también se haya nacido visionario o médium o genio musical.  ¿Cómo podemos visitar los mundos en los que Blake, Swedenborg o Johann Sebastian Bach se sentían en su casa?"

Desde esta profunda soledad escribe el escritor.  Las miradas de los otros siempre son ajenas, lejanas, interpretaciones sujetas a otros universos.
Desde esta profunda soledad es que estamos incomunicados y queriendo compartir, como en la alegoría de la caverna, una experiencia intransferible. 

Entonces, ¿Qué será lo que decimos?

Cariños.

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